¿Qué es lo que no ve la élite peruana?

20/06/2023

Por Edgard Ortiz

¿Qué es el Gobierno de Boluarte? El Gobierno de Boluarte es la barbarie. Lo es porque en alianza con el legislativo y con buena parte de la élite económica y mediática del país está trabajando para derruir tres componentes básicos de la convivencia civilizada: el estado de derecho, la democracia y una relación con la sociedad fundada en el respeto.

Alberto Vergara.

Yo discrepo de esta visión bastante sesgada que se ha descrito de un país que pareciera que está al borde del precipicio, de la guerra civil. Cosa que yo rechazo tajantemente porque creo que hay que tener una visión más ponderada de lo que ocurre en el país… Lo que Alberto dice -la Presidenta es la presidenta de la barbarie, estamos en un país roto- no responde a mi percepción de lo que está pasando… Creo que es bastante sesgada y contribuye a visión no equilibrada de que acá hay trasfondos distintos.

Miguel Castilla

Lo que tendríamos que preguntarnos es por qué a nuestras élites lo que ocurre en el Perú no es una barbarie

Alberto Vergara.

Diálogo Interamericano. Perú en la encrucijada: Crisis política, tendencias económicas y violaciones de derechos humanos. ¿Qué sigue?

El intercambio de ideas sobre la crisis en el país entre Alberto Vergara y Miguel Castilla en el Diálogo Interamericano del 24 de mayo pasado fue tanto enriquecedor como provocador. La pregunta final de Vergara reaccionando al exministro Castilla denotó genuina indignación. Fue un golpe directo al que en ese momento prototipaba como parte del establishment económico: ¿Por qué a nuestras élites lo que ocurre en el Perú no es una barbarie?

A la fecha se han emitido varias opiniones, algunas en este mismo espacio. En este caso nosotros queremos aportar algunos elementos adicionales que creemos ayudan a entender nuestra conducta colectiva y el conflicto en el país. Sin embargo, nuestra aproximación requiere una observación previa.

La pregunta de Vergara no debe implicar una crítica exclusiva a la élite empresarial o establishment conservador de derecha. Aun cuando la pregunta es legítima -en fondo e indignación-, no es suficiente para entender la integridad del problema. Nosotros creemos que para entender realmente la crisis necesitamos una pregunta más amplia: ¿Qué es lo que no ve la élite peruana?

Como es evidente, esta es una pregunta distinta que subsume a la anterior y que está dirigida a un grupo más amplio si entendemos por élite a todo grupo de poder que busca ejercer influencia de gobierno bajo conductos democráticos e institucionales. Esto incluye a la élite económica -especialmente de derecha-, pero también a intelectuales y representantes del centro e izquierda.

La pregunta es más general, pero necesaria y nuestra intención con este nuevo encuadre es generar ideas que nos aproximen reconociendo nuestras diferencias. Lo que sigue a continuación son diez ideas y una tesis final desde la psicología social que esperamos sirvan de insumo para ese debate.

  1. Somos nuestros grupos (tribus)

La teoría de la identidad social en psicología social (Tajfel & Turner, 1979) reconoce que la construcción de nuestra identidad excede la percepción individual. En ese sentido, somos producto de nuestro entorno y eso incluye nuestros grupos. Estos colectivos nos permiten sentirnos incluidos y a la vez nos aportan distintividad con lo cual se alimenta nuestra autoestima y se mitiga la incertidumbre. Con nuestra identidad tribal se satisfacen lo que la psicología social define como motivos sociales básicos: pertenencia; sentido del mundo; control; necesidad de importar; y, confianza.

Al respecto caben dos precisiones. Primero, la identidad colectiva no es única, ni es estática. En nuestra vida existen múltiples identidades sociales (grupos). Ahí están la edad, género, profesión, posición social, ideología, etnicidad, religión, geografía, cultura. Es por eso por lo que la identidad social saliente será siempre dinámica dependiendo del contexto. Segundo, los componentes de nuestra identidad tienen pesos distintos para todos nosotros y estos pesos son también dinámicos. De nuevo, somos nuestro entorno y eso implica una diversidad de grados en cada alternativa. Podemos ser laicos o religiosos. Podemos tener un sentido de meritocracia individual (occidental) o colectivo (andino). E incluso dentro de cada uno de estos componentes los pesos variarán según el contexto y contorno. Uno puede tener religión, pero no ser practicante; o ser practicante, pero no consagrado. Incluso una persona no practicante puede cambiar según su edad (cercano a la muerte) o experiencias (epifanías o por ciclo según sacramentos).

  1. Ellos (malos) versus Nosotros (los buenos)

Con el Paradigma de Grupo Mínimo (Tajfel, 1970) Tajfel expuso cómo con la mera asignación a un grupo (categorización social) se produce la discriminación intergrupal (entre grupos). Esto aun cuando no existiera -real o imaginariamente- un conflicto de intereses o antecedentes de actitudes de hostilidad intergrupal.

Los experimentos de Tajfel (replicados por décadas) demuestran que estamos predispuestos (cableados) para ser potencialmente justos dentro de nuestros propios grupos, pero injustos cuando nos comparamos y competimos con otros grupos. Esto es así porque pertenecer a un grupo nos permite sentirnos incluidos, lo que nos da seguridad, sentido de pertenencia, autoestima, predictibilidad, sentido de relevancia. Pero al mismo tiempo, nuestra pertenencia a un grupo nos produce distintividad. Por lo que aquello que nos resulta extraño se construye (estereotipa) como todo lo opuesto: malo, peligroso, impredecible.

El Paradigma del Grupo Mínimo es fundamental y debería prevenirnos porque su incidencia puede ser nefasta en nuestra actitud social, especialmente en la toma de decisiones. Esto se hace peor si asumimos que nuestra cognición incluye sesgos y heurísticas que nos hacen propensos a cajas de resonancia grupal, preferencia a atajos cognitivos y la generación de campos de distorsión de la realidad.

  1. En grupo somos nuestros prototipos

Conforme a la Teoría de la Identidad Social, una consecuencia de la pertenencia a un grupo es que, en nuestra conducta (identificación) colectiva, nos representamos idealmente o prototipamos. La prototipación (como la que hizo Vergara con Castilla identificándolo como la élite económica) es una asignación-representación mental de atributos que se interrelacionan: creencias religiosas, posturas económicas, ideología y cultura, entre otros.

La prototipación permite lo que la psicología social denomina “entitatividad”. Es decir, la percepción de distintividad y definición (cohesión) de grupo. En virtud a esta identificamos similitudes dentro de nuestro grupo, especialmente el contenido esencial o núcleo duro sobre lo que se construye la identidad (permitiéndose diferencias no sustanciales). Al mismo tiempo, con la prototipación acentuamos las diferencias de los grupos externos y estereotipamos. Esto implica construir al otro por oposición (atributos negativos). Este es un camino para reafirmar nuestra identidad, entender el mundo y caminar en él con menos complicaciones.

Una vez más, el prototipo es dinámico. Un buen ejemplo es el ideológico-político en el sur del país donde el prototipo del votante de izquierda en 2006 lo representó Verónica Mendoza; en 2011, Ollanta Humala; y, diez años después, Pedro Castillo. Como la literatura demuestra, el prototipo varía y dependerá del contexto y su influencia en los componentes de la identidad social colectiva.

  1. Estrategias para mejorar el estatus social

La búsqueda de una identidad social positiva engendra el conflicto entre grupos. Esto porque los grupos favorecidos buscarán proteger y mejorar su posición privilegiada, mientras que los grupos desfavorecidos procurarán mejorar su posición social.

Conforme a la Teoría de la Identidad Social, cómo se desenvuelve este conflicto dependerá de los sistemas de creencias y recursos disponibles. Sobre ello, la teoría distingue al menos tres tipos de estrategias para mejorar el estatus social: movilidad individual, competencia social y creatividad social.

En un sistema de movilidad individual (por ejemplo, el liberal – occidental), rige la idea de permeabilidad social individual (independientemente del grupo). Conforme a esta, la meritocracia permite a un miembro moverse de un grupo a otro (mejorando su estatus). En este sistema, no es relevante el origen (grupo social, por ejemplo étnico), sino la obtención de resultados y aprovechamiento de oportunidades en virtud al talento, logros y opciones de vida. No es difícil de entender cómo esta idea da cohesión a una sociedad ya que el concepto justifica su ordenamiento al procurarle de legitimidad. Al final, el desarrollo personal dependerá de cada quién y su esfuerzo y no tiene nada que ver con las condiciones de la sociedad. Este es, por ejemplo, el cemento de la sociedad norteamericana (el sueño americano).

Un sistema de creencias distinto es el de cambio social. Conforme a esta los cambios dependen de las relaciones (posiciones relativas) entre grupos. Y en ella el estatus depende de la percepción de estabilidad y legitimidad. En este sistema la competencia social deviene en una estrategia que implica que en el nivel de grupo sus miembros se unen para combinar fuerzas para mutuamente ayudarse a mejorar. Esto puede incluir desde movimientos sociales hasta la violencia. Es claro que en este modelo no existe un concepto legitimador individual y esto sucede porque no existe la percepción de permeabilidad social. Esto es, los miembros de la sociedad sienten que pueden esmerarse, pero nunca lograrán el ascenso social, ya sea porque no tienen acceso a recursos o porque incluso logrando el éxito, no son considerados como “un igual”.

La teoría reconoce adicionalmente una tercera vía. La de la creatividad social. Según esta la tensión entre grupos puede moderarse cuando las personas cambian su percepción de los grupos externos. Esto se logra ya sea incorporando dimensiones de comparación alternativas para lograr distintividad positiva (“El patrón es estricto conmigo, pero es porque me quiere y me educa como un padre”); reevaluando sus propias características para mejorar su percepción de grupo (“Tienen más dinero, pero yo soy más feliz”); o, comparando su grupo con un tercer grupo de referencia en el cual la posición relativa mejore (“No vivo como millonario, pero tampoco como un provinciano recién llegado”). Importante establecer que la literatura reconoce que esta tercera vía puede presentarse como una etapa de transición al de competencia social.

  1. Teoría del conflicto

En la misma línea de la estrategia de búsqueda de estatus a través del cambio social, Sidney Tarrow plantea que la lucha política es influenciada por la existencia o carencia de estructuras de oportunidad política. En ese sentido, los movimientos sociales surgen cuando las condiciones políticas cambiantes abren oportunidades para la ruptura y las actividades de los movimientos sociales, a su vez, pueden alterar las políticas y estructuras sociales-políticas.

Para Tarrow los movimientos sociales son acciones colectivas ejecutadas por personas que comparten una visión y objetivos comunes. Se manifiestan con una fricción, especialmente con las élites – autoridades para acceder a reivindicaciones y para participar del sistema político-económico institucional.

Según este, la probabilidad de acciones colectivas incrementa cuando: (i) aumenta la percepción de mayor posibilidades de participación política; (ii) se producen cambios en las coaliciones gobernantes; (iii) hay disponibles aliados en la estructura institucional del Estado (p.ej. partidos políticos); (iv) se evidencian conflictos en élite política.

Dado el potente contenido de esta tesis, la Teoría del Conflicto se convierte en una herramienta poderosa si se combina con la Teoría de la Identidad Social dado que nos permiten entender las relaciones de poder (intergrupal) y la posibilidad del cambio social. Es interesante percibir que hoy en nuestro país se configuran los supuestos de Tarrow.

  1. La cultura es el filtro de todo

Un producto esencial de los colectivos es la cultura. Es interesante conocer que -incluso- la Psicología Evolutiva registra que nuestro súper poder como especie no es nuestra inteligencia; sino nuestra inteligencia colectiva y capacidad para acumular cultura.

Algunos autores definen a la cultura como el sistema operativo social. Esto es así porque con su filtro entendemos el mundo y nuestra posición en el mismo. Es por eso por lo que para entender al otro resulta esencial comprender su cultura, es decir, cómo se da sentido a su experiencia del mundo. Ello se aprecia a través de sus diversas manifestaciones: ideologías, creencias, símbolos, lenguaje, objetos de creación cultural. La coincidencia no es sencilla, pero sin este entendimiento la probabilidad de conflicto incrementa. A continuación dos ejemplos.

La cultura (categorías) individual (liberal/occidental) valora el logro personal. En ella se aprecia la autoexpresión, el pensamiento individual y la elección personal. La conducta la regula las actitudes personales, tiene peso la estimación de la relación costo-beneficio y los roles se rigen por igualitarismo, habiendo flexibilidad. En esta cultura las metas personales son más importantes a las grupales. Se entiende el mundo físico por separado de su significado para la vida. En ella la propiedad privada (el papel) o propiedad individual es lo relevante. Es igualmente fundamental la seguridad de la nación unitaria y la seguridad personal. Finalmente, se aprecian las relaciones horizontales. Esta cultura puede ser fruto de su historia y geografía: religiosa en un estilo de vida entorno urbano.

Las culturas colectivas (i.e. andinas) tienen valores de grupo (éxito de grupo). En ella prima la consciencia y autoridad de grupo. La conducta la regula las normas de grupo que son jerárquicas y estables. En esta cultura las metas son grupales sobre las individuales. Se entiende el mundo físico en referencia a su significado para la vida (i.e. Apu/Pachamama). En esta cultura prima la costumbre y la palabra, así como la propiedad compartida o propiedad del colectivo. En esta prima la región donde la identidad de grupo se mantiene, por eso es esencial sus símbolos, incluso los modernos creados culturalmente  (Wiphala). Finalmente, se aprecian las relaciones verticales (de respeto). Esta cultura puede ser fruto de su historia y geografía: religiosa-mística y en el caso peruano, andina donde la vida individual tiene menos probabilidades de éxito.

Entendiendo cómo operan ambas culturas uno puede (y debe) entender por qué cuando se encuentran -y no procuran aproximarse- se produce conflicto. No es difícil de prever el resultado con miradas tan distintas del mundo y sin un Estado integrador (sino todo lo contrario).

  1. La historia nos condiciona

Los grupos humanos se relacionan en el tiempo y estas relaciones no son inocentes. En la teoría de las relaciones sociales se argumenta que la competencia por recursos y estatus produce marginalización y conflicto. Como hemos señalado, las teorías que explican los movimientos sociales y el poder articulan que experiencias de privación y opresión estimulan la búsqueda del cambio social, en especial en momentos históricos en los que el poder de las élites se cuestiona (punto 5 anterior).

Todo esto es esencial porque tiene incidencia directa en nuestra identidad social. De hecho, estas experiencias tienen incidencia en cada uno de sus componentes: religiosidad, ideología, cultura, visión económica, nacionalismo, regionalismo, entre otras. La historia las define y como la historia es dinámica, su incidencia varía en el tiempo.

Así, por ejemplo, dos grupos pueden tener una historia de dominio (criollo)-dominación (andino) que tiene incidencia en identidades nacionales (criollo-citadino) o regionales (andino), religiosas (católica o sincrética), económicas (liberal versus de Estado central o ilegal/informal), o incluso de sentido de mayoría (modelo individual liberal) -minoría (colectivo). Todo lo que puede devenir en prejuicio a lo externo (ambos sentidos) dada una percepción de amenaza exógena. Si a eso le sumamos la privación relativa (fragilidad económica) o amenaza a prosperidad, podemos agregar una sensación de inseguridad que cataliza el perjuicio intergrupal.

  1. Identidad Social progresista y conservadora

Para un sector ciudadano parece sencillo sentir y explicar la indignación que produce la postura de la élite conservadora (económica) frente a las muertes de nuestros compatriotas en el sur. Pero, ¿por qué no resulta igual de sencillo comprender la lógica que sustenta una postura como la de aquellos? ¿Por qué resulta tan doloroso comprender las consideraciones que sustentan la actitud de ese otro grupo de peruanos? Nosotros creemos que para responder esta pregunta debemos comprender lo componentes de su identidad social, en especial los valores y pesos que se otorgan al orden y prosperidad económica, así como a su visión de la identidad nacional.

Hasta aquí hemos dicho que nuestra identidad social es la de nuestros grupos y entorno. Que ello forma parte inherente de lo que somos dado que tiene funciones psicológicas básicas: pertenencia; sentido del mundo; control; necesidad de importar; y, confianza. Luego, hemos dicho que la historia condiciona la identidad social porque incide sobre cada uno de sus componentes. Esta forma los atributos que nos constituyen: religión, ideología, postura económica, cultura. Siendo así, debemos procurar comprender que los peruanos conservadores disponen su identidad social por rasgos que otorgan especial peso a la tradición, el orden, el control, la seguridad, la religiosidad, la prosperidad económica. La historia explica que siendo de origen criollo y costeño, se hayan visto influenciados (justificados) por ideas de meritocracia individual (hoy liberal), religión católica, más relaciones de poder de grupo. Siendo una minoría, es evidente que procura ser un grupo social cohesionado y cerrado. Requieren de orden para proteger y mantener su posición.

Es evidente que el grupo conservador no es homogéneo. De hecho está compuesto por un grupo de peruanos que creen realmente en la meritocracia y sus principios religiosos son genuinos. Seguramente para estos la sociedad debe ser permeable. Sin embargo, también contiene un sector más radical que es con el que se le suele identificar. ¿Por qué? Porque los prototipamos según el contexto histórico y momento político-social en virtud del cual este sector se ha vuelto el representativo de todo el grupo. No pasa solo aquí en la transición de Flores Nano, Fujimori a López Aliaga. Pasa en el mundo: Trump en Estados Unidos, Johnson en el Reino Unido.

Luego, el caso de la Identidad Nacional es especialmente importante. La literatura sobre Identidad Social y Conflicto propone como componentes de la estructura de la identidad nacional a tres factores: (i) el sentido de pertenencia a una nación que le procura actitudes positivas compartidas hacia el grupo propio, así como actitudes negativas hacia otros (externos); (ii) el cumplimiento de su función social: procurar autoestima, otorgar estatus social, otorgar seguridad personal, dar soporte y protección de grupo, generar reconocimiento por los miembros del grupo; y, (iii) la adopción de una cultura nacional, específicamente tradiciones, valores, costumbres, significados, éticas, entre otros.

Si tomamos prestada esta propuesta, podemos entender las diferencias que hoy sienten las fuerzas progresistas y conservadoras. De un lado un sector considera que la nación implica un grupo definido con valores únicos (cuasi hegemónicos), que nos diferencia del externo (i.e. Chile, Bolivia), que nos procura estatus y especialmente seguridad y orden. La cultura es la nacional y los valores y costumbres son los formulados desde la disciplina y los liderazgos. Todo esto incide en un orden económico general que permite prosperidad (mantener fuentes de recursos) y con una mirada hacia fuera.

De otro lado, encontramos que un concepto de nación que considera primordial integrar las diferentes culturas, especialmente las minoritarias (pluricultural: quechuas, aimaras, amazónicas, entre otras). Donde existe un concepto nacional visto de adentro afuera (regionalismo), que procura evitar la aculturación. Donde el progreso no es individual, sino colectivo, con una relación diferente con el entorno (naturaleza). Donde orden y seguridad es relevante, pero no debe impedir el movimiento ante la percepción de impermeabilidad social.

Resulta vital que asumamos que en una nación la identidad social de sus componentes puede estar compuesta por componentes y pesos distintos que resumen sus visiones del mundo. Como veremos ello no es definitivo, ni condicionante y más bien es útil para realmente encontrar un camino de encuentro.

 

  1. Identidad social y liderazgo

Un asunto de primer orden para encontrarnos como peruanos ante la diversidad de nuestras identidades sociales es el rol de nuestros líderes. Como hemos establecido, existe una propensión a la categorización por grupos (siendo justos en nuestros propios grupos e injustos con otros) y nos comportamos (e identificamos) prototipándolos. Siendo así, es vital que quién lidere el grupo entienda la dinámica que configura al colectivo. La literatura ya ha dejado atrás los conceptos de masa irracional y el condicionamiento del anonimato de Le Bon.

Así, basándose en la Teoría de la Identidad Social y las implicancias antes expuestas, la nueva psicología del liderazgo planteada por Haslem et al establecen que para ser efectivos los líderes: (i) deben ser vistos como un prototipo del grupo; (ii) deben percibirse que lo que lo que hacen, lo hacen por los intereses del grupo; (iii) deben elaborar un sentido de grupo (nosotros); (iv) deben hacer que el grupo importe.

Desde esta propuesta, el objetivo del liderazgo no es simplemente expresar lo que piensa el grupo (mucho menos el interés personal). Es tomar sus ideas, valores y prioridades e incrustarlos en la realidad. Un líder eficaz ayudará al grupo a realizar esas metas y, por lo tanto, ayudará a crear un mundo en el que se vivan los valores del grupo y en el que se realice su potencial.

Como un ejemplo en la aplicación del concepto, en un artículo previo habíamos precisado como esta nueva teoría del liderazgo permitía explicar como el expresidente Castillo lograba un consistente apoyo social al actuar como un líder que había sabido gestionar su imagen y posicionarse con su público objetivo. Esto es, para ellos se había posicionado como un líder que representaba y actuaba como “uno de nosotros”. Asimismo, el mismo concepto nos permitía una tesis para entender por qué no se realizaban nuevas marchas en Lima. En síntesis explicábamos que ello sucedía porque en la oposición no se había configurado un liderazgo que cumpliera con representar (prototipo) al grupo significativo de peruanos inconforme con la descomposición del Estado.

Creemos que con esta propuesta para entender el liderazgo es más fácil comprender por qué hoy nuestros líderes políticos fracasan en personificar al colectivo social. Y es que simplemente no representan los valores, ideas y prioridades que nos hacen sentir como un “Nosotros”; no demuestran que operan para el beneficio de “Nosotros”; ni construyen una visión de “Nosotros”. Es más, es todo lo contrario.  En esto debemos preocuparnos todos porque, mientras tanto, la prototipación radical de derecha e izquierda producen mayor distanciamiento, atomización y por ende, probabilidad de que los extremos se impongan.

  1. Identidad supra ordenadora o nuevo concepto de Nación

La Teoría de la Identidad Social nos habla de los grupos y sus diferencias. Nos trae a la atención que componemos nuestro yo de los elementos que conforman nuestro grupo. Es por eso por lo que somos nuestra cultura y en función a ella percibimos al mundo. Pero, siendo así, ¿acaso no hay esperanza de conciliación?

Conceptualmente la misma teoría evidencia una potencial solución. Si como país somos un colectivo, ¿por qué no conformar un gran elemento supra ordenador que nos identifique como nación? La teoría hace prever que si encontramos elementos de identidad común que nos enorgullezcan podremos identificarnos positivamente. Evidentemente, para que reconozcamos su legitimidad, ello requiere que el concepto cumpla con sus funciones para todos. Es un mínimo común múltiplo sustancial. Más allá de lo efímero que hoy nos une (¿comida – fútbol?).

Para ello es esencial desarrollar una conciencia común que considere la integridad de nuestra cultura, tradiciones, valores, mitos y su influencia. Como contrapartida, es esencial hacer evidentes la naturaleza de fenómenos negativos como los estereotipos, los prejuicios y la intolerancia. Debemos desarrollar habilidades para las relaciones multiculturales, el respeto a las diferencias y la comprensión de otras realidades. Y esto implica tolerancia en ambos sentidos.

Es por eso por lo que consideramos que es vital aumentar la conciencia sobre nuestra identidad, sus componentes y pesos. Debemos interiorizar el papel de la identidad social como fuente de conflicto y tolerancia. Lo demás es simplemente gestionar conflictos sin entender el fondo y estar condenados al fracaso.

Conclusión: Una tesis final para retomar el debate

En este artículo hemos resumido diez ideas que proporcionan una perspectiva desde la psicología social para alimentar el debate sobre la conducta colectiva y el conflicto en el país. En él explicamos la dinámica de los grupos y su interacción. Asimismo, explicamos sus componentes y producto. Como idea final, quisiéramos aportar una tesis que pretende articular todo. Puede ser equivocada, pero tiene como única intención alimentar y fomentar el debate para acercarnos.

Nosotros creemos que hoy vivimos un momento histórico en el que básicamente dos grupos, con dos culturas y visiones del mundo, colisionan. Son dos identidades sociales con conceptos enfrentados que se cruzan sin institucionalidad y representatividad que funja de regulador social.

Este choque se da en diversas manifestaciones. Incluye aspectos económicos (gran industria versus micro y pequeña industria o economía formal versus economía informal), culturales (occidental individual versus andina/aimara/selvática colectiva), políticos-ideológicos (concepto de nación-regionalismo), meritocráticos (permeabilidad versus competencia social), religiosos (laica, católica o sincrética), entre otras.

En el futuro este encuentro puede devenir en un concepto de nación inclusivo o condenarnos la fricción y división. Lamentablemente hoy no contamos con una élite política con un liderazgo que se identifique con “nosotros”.

En ese sentido, es urgente que toda la élite escondida discuta cómo podemos formar una identidad supra ordenadora. Lo que para nosotros es el nuevo concepto de Nación. Es indispensable encontrar una vía entre lo que hoy parece ser una fusión por el peso estructural social y económico (aculturación total) o de división-vida nacional paralela.

Nuestra tesis no es nueva. Es la sustancia de Matos Mar, Cotler y tantos más luego de ellos (con el perdón de los maestros). Nosotros creemos que el momento histórico hace esencial y urgente retomarla. Ya es hora de entendernos y construir nación.

 

Bibliografía:

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  • Lo que potencialmente explica porque hoy se quiebra el concepto ante la acentuación de las diferencias sociales, incluso entre ciudadanos blancos. Esto genera la radicalización de derecha y la aparición de la “izquierda” o “socialismo” demócrata (“radical left”).
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