Una Feria para la Esperanza
20/08/2024
Desde el 19 de julio y hasta el 6 de agosto, se realizó la Feria Internacional del Libro de Lima (FIL). Hay que felicitar a la Cámara Peruana del Libro y al ecosistema del libro: editores, autores locales e internacionales, libreros, voluntarios y, sobre todo, al público entusiasta —familias y jóvenes especialmente— que llegó a la FIL en busca de libros, claro, pero también de entretenimiento en general e incluso algunas experiencias gastronómicas al paso que permitiera afrontar la larga y laberíntica caminata en busca de ofertas de todo tipo y presentaciones de libros de amplia diversidad.
Según cifras de la Dirección del Libro y la Lectura del MINCUL, la cantidad de gente que asistió superó en 20% a los visitantes del año pasado. Para alguien como yo, que volvía a presentar un libro (CIA Perú 1985-1992, una saga de espionaje y política en el Perú del terrorismo, hiperinflación y “Risas y Salsa”, valga el espacio para la publicidad) después de varios años, hay varias razones empíricas que pueden explicar este aumento esperanzador en gente que se acerca a un espacio público donde se promueve la literatura en particular y la cultura en general.
Ese argumento es una primera razón, la FIL acertó en programar presentaciones de libros pero también conciertos, actividades para niños en un espacio dedicado exclusivamente a ellos, experiencias gastronómicas en un pequeño patio de comidas, etc. La cultura es eso, no únicamente la venta —y lectura, por supuesto— de libros, sino una posibilidad de verse enfrentado a diversas actividades, incluidas aquellas que apelan a aspectos que en principio no parecerían ser “culturales”. Así, más allá de mi propio hinchaje, daba gusto ver gente con camisetas de sus clubes de fútbol, especial y mayoritariamente de la U, que no solo participó con un stand por su centenario, sino que promovió con ese pretexto la edición de muchos libros sobre la historia del club, de sus ídolos, sus copas, su pasado y su presente. Esta relativa novedad ha sido replicada por otros clubes, incluso de provincia, en ediciones que van desde el clásico cusqueño (edición del IEP) hasta la historia del ADT de Tarma, incluyendo reflexiones sobre por qué alguien se hace hincha de un club de fútbol y cómo eso le da una identidad que se traslada a la lectura de libros.
La segunda es que el espacio buscaba no dejar fuera a nadie, desde los amantes del manga hasta los dueños de mascotas que podían pasar con ellas por el recinto ferial, además de los hinchas del fútbol o de bandas locales que se presentaron en el auditorio Blanca Varela. Y es que, si la FIL trajo además muchas novedades, descubrimientos y reediciones, como el nuevo cuentario de Julio Ramón Ribeyro —el libro más comprado en la FIL— y muchas otras buenas apariciones, lo principal es que dejó la sensación de que, primero, se necesita un espacio más grande para la Feria —largas colas y congestión en horas punta son positivas, pero no siempre agradables, sobre todo para familias con niños pequeños—.
Finalmente, una lección sobre todo para quienes buscamos fomentar la lectura, es que cuando se coordina bien entre el sector público y privado, se pueden alcanzar éxitos como el de la FIL este año, que permitirá que muchos libreros y editores se animen a seguir invirtiendo y promoviendo nuevas ediciones y libros de todo tipo, en camino, ojalá, a hacer un Perú de nuevos lectores.
Y eso siempre es una buena noticia.