Tambores de guerra

07/09/2019

Por: Morgan Quero

“Todos como yo: usurpando un honor que no merecíamos con un oficio que no sabíamos hacer. Algunos persiguen sólo el poder, pero la mayoría busca todavía menos: el empleo”.

Gabriel García Márquez, Buen viaje señor Presidente.

 

Los idus de marzo son los augurios que trae Marte, el dios de la guerra a mediados del mes. A Julio César le anunciaron los adivinos que una traición se preparaba contra él. El emperador romano no lo creyó. Llegada la fecha, sugirió que el augurio había fracasado. Pero la jornada no había aún llegado a su fin. Horas despúes, Julio César era asesinado por una conspiración. Pocas historias resumen de manera tan trágica la esencia brutal de la política.

En el Perú de hoy, los abismos constitucionales o el fragor del debate parlamentario, no se saldan con la muerte del adversario político. Pero vivimos tiempos implacables: cárcel, investigaciones de todo cuño, vacancia, renuncia, disolución, sospechas de corrupción, fugas, huidas y un suicidio son la estela de una larga crisis política que ya parece interminable.

Más aún, cuando con la espada de Damocles de alguna cuestión de confianza en el horizonte, un Congreso que se siente amenazado, se parapeta en la trinchera del 8 % de respaldo y desde allí, dispara: investigar a la SUNEDU, al hermano del Presidente, a las encuestadoras. Fiscalizar, no es obstruir, arguyen. Pero suena el redoble. Decía Clausewitz que la guerra era la continuación de la política, por otros medios. Y Foucault de responderle, que la política era la continuación de la guerra, por otros medios. Las maquinarias son poderosas, más aún cuando la marcha cívica del 5 de septiembre “Que se vayan todos” parece ser un misil dirigido Congreso. Pero no, el llamado es más amplio. La instrumentalización de la sociedad civil es común.

La crisis, toda crisis, es un momento de definición que orienta la balanza de un lado u otro. El Presidente Kennedy popularizó en Occidente, la idea (errónea) de que en chino, crisis; el ideograma weiji; se compone de dos imágenes: peligro y oportunidad. Aceptemos que si non è vero, è ben trovatto. Ante el inclemente clima de tempestades que vivimos en la escena política nacional se impone un nuevo actor que sople vientos de cambio: la sociedad civil. He allí la oportunidad.

El hallazgo no es nuevo, la afirmación de la institucionalidad democrática en los procesos de transición, o de crisis política, suele estar acompasado por organizaciones sociales con una fuerte legitimidad, justamente porque no aspiran a ocupar el poder. La sociedad civil o mejor dicho, los actores organizados de la sociedad civil pueden, y deben, jugar un rol protagónico en los procesos de tensión extrema; en las dinámicas de movilización multisecorial, o en las crisis de sucesión constitucional de las democracias contemporáneas. La sociedad civil aparece así como un actor emergente, cuya eficiencia en la acción puede partir de un movimiento, una  o varias marchas, a través de un pronunciamiento de líderes intelectuales, asociaciones cívicas o conjunto de organizaciones sociales que desarrollen propuestas para dialogar, acordar y facilitar salidas institucionales que fortalezcan al régimen democrático.

El carácter de las organizaciones de la sociedad civil se funda en su condición autolimitada frente al poder, ya que no lo reclama para sí; autónoma frente al Estado, el mercado y los partidos políticos, ya que no es dependiente de aquellos. Además, garantiza la pluralidad y su contingencia en el tiempo. Recupera fácilmente la demanda de expresión de una sociedad: su enojo, su protesta. Pero busca canalizarla en la redefinición y ampliación de los márgenes de la representación. La sociedad civil, en su despliegue de virtudes, se proyecta ante el resto de la sociedad como un antídoto a la concentración del poder y, al mismo tiempo, como una salvaguarda de valores democráticos fundada en derechos.

La marcha del 5 de septiembre es una clarinada de alerta, en medio de la lógica de los tambores de guerra de nuestra clase política. El asunto no es musical, pero tampoco es constitucional. No es entre dos poderes del estado, o entre las ruinas de los dos partidos que disputaron la segunda vuelta del 2016. No. Es político. Es, sobre todo, una invitación urgente a que el conjunto de la sociedad civil se exprese, con tal de buscar salidas democráticas, razonadas y razonables, una oportunidad, antes de un choque de trenes anunciado.