Racismo y grupos de poder
13/05/2020
Todas las relaciones sociales son relaciones de poder. Esta afirmación no debería sorprendernos. El poder -decía Anthony Giddens, uno de los más importantes sociólogos contemporáneos- está involucrado en todo intercambio entre los seres humanos [1]. Como señaló Michel Foucault, el poder existe cuando se ejerce, pero se apoya en ciertas estructuras más o menos permanentes [2]. Esto no significa que no pueda haber relaciones más equitativas o democráticas, pero este no es el caso del racismo.
El racismo es parte de un dispositivo de dominación y la dominación supone, evidentemente, relaciones profundamente desiguales de poder. El sociólogo peruano Aníbal Quijano, dedicó la última etapa de su vida a desarrollar el concepto de “colonialidad del poder”, entendido como la clasificación social de la población mundial en torno a la idea de “raza”, basada en el supuesto de que ciertas características sociales y culturales son inherentes a determinados fenotipos [3]. La idea de raza posibilitó que los colonizadores justifiquen su accionar en la supuesta inferioridad “natural” de los pueblos africanos y americanos colonizados.
Es importante notar que, durante siglos de intercambio cultural y comercial entre Europa, Asia y el norte de África la idea de “raza” estuvo ausente. El mundo cristiano, el musulmán y el judío convivieron, no sin tensiones, pero sin producir este dispositivo de poder. Su origen puede ubicarse en el proceso simultáneo de colonización de América y de expulsión de los árabes de la península ibérica. Es decir, la “raza” es una construcción histórica y social que sirvió ideológicamente para sostener sistemas de dominación.
Como principal antecedente, tenemos a los “Estatutos de pureza de sangre” que se implementan durante la llamada “Reconquista”, esto es, cuando los reinos cristianos expulsan de la península Ibérica a los árabes, con los que habían convivido en el territorio por ocho siglos. Este proceso, coincidentemente, culmina en 1492, el mismo año en que inicia la invasión al continente americano.
Europa inicia entonces un proceso de colonización del resto del mundo, en el que el racismo sirvió como una justificación moral. Incluso los intelectuales orgánicos a los grupos de poder en Europa crearon el llamado “racismo científico”, que se popularizó en el siglo XIX y en la práctica justificaba los abusos del colonialismo. A pesar de que esta pseudociencia ha sido superada, el racismo sigue entre nosotros y está presente en las jerarquías sociales. La colonialidad del poder, insistía Quijano, le sobrevive al colonialismo, y sigue incidiendo en la forma en que se estructuran nuestras sociedades y el sistema-mundo.
En suma, es absurdo pensar el racismo al margen de las relaciones de poder. A los grupos dominantes de la sociedad siempre les incomodará el debate sobre el poder, porque los interpela, los cuestiona, porque tiene la potencialidad de socavar las bases en las que se funda su posición social. Identificar el origen del racismo contribuye a superar aquella parte del discurso dominante que se instala entre los dominados y que facilita su reproducción social; contribuye a “desnaturalizarlo”, a verlo como un producto social que puede y debe ser combatido y superado.
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[1] Giddens, A. (1987). Las nuevas reglas del método sociológico. Buenos Aires, Amorrortu.
[2] Foucault, M. (2001). El sujeto y el poder. En: Arte después de la modernidad. Nuevos planteamientos en torno a la representación. Wallis, B. (Ed.). Madrid: Akal. pp. 421-436.
[3] Quijano, A. Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina. En: La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Lander, E. (Ed.). Buenos Aires: Clacso. pp. 201-246.