Preparar la transición gubernamental como práctica de buen gobierno

26/02/2020

Por Arturo Granados

En un artículo anterior intenté explicar por qué las transiciones gubernamentales son tan importantes para la sociedad y las personas.  Los altos costos sociales, la pérdida de tiempo y dinero de los cambios de gestión ya merecen en la literatura un interés creciente.

El tiempo avanza. En suspiro estaremos en abril del 2021 y en la siguiente inhalación en 28 de julio del Bicentenario. Es menester, por lo tanto, preparar la transición.

¿Dónde reside la autoridad del rector? En el servicio de la conducción. ¿En qué consiste este servicio? En el ejercicio del liderazgo público para construir un sentido de logro, un norte hacia dónde dirigirse, puntos específicos -no declarativos- de llegada y de sus medios. Así como hacer posible el alineamiento de voluntades, intervenciones y financiamiento. Y, cosa menos conocida, en el liderazgo o conducción de la salida del gobierno. En simple, la salida se gestiona. Este período debe estar estratégicamente diseñado para los últimos 12 meses que inician en julio.

Una estrategia de salida debe tener básicamente tres objetivos: (i) Consolidar lo avanzado: priorizar las políticas, servicios, programas o proyectos emblemáticos que deben quedar listos para uso público. Se trata de una lista corta de lo que debe estar operativo antes del cierre. Es lo que llamaríamos el legado de la gestión o la niña de sus ojos. Asimismo, definir las responsabilidades para asegurar su consecución. (ii) Ordenar lo actuado: ordenar la documentación administrativa y legal para la transferencia formal, ya regulada por la Contraloría y que debe tener un equipo ad hoc. (iii) Proyectar lo avanzado: objetivo de la mayor importancia, que no debe confundirse con la propaganda y el autobombo. Consiste en realizar el balance de los procesos en curso y sus avances, sin triunfalismos, con el propósito es asegurar la continuidad de políticas y la menor pérdida de tiempo en la nueva administración gubernamental. El autobombo es el peor enemigo de la sostenibilidad de lo avanzado en un gobierno. Pedir cabeza fría es una exigencia enorme para una administración que se va, pero es la mejor garantía para mantener, consolidar o mejorar las políticas públicas en el nuevo período.

El objetivo de proyección de lo avanzado requiere un proceso serio, diseñado, con operadores y recursos para el diálogo político con los candidatos y sus equipos de gobierno. Requiere una política de puertas abiertas de los altos funcionarios para proporcionar información y escuchar a los políticos que compiten por la conducción gubernamental.

¿Cuáles son las políticas que constituyen el legado del gobierno? Ojo, no es lo mismo preguntarse ¿qué ha hecho el gobierno? De simple vista podríamos señalar tres políticas que pueden calificar: lucha contra la corrupción, la reforma política y la cobertura universal de salud. En las tres es necesario hacer una evaluación sobre su estado de maduración y las medidas que deben realizarse para que puedan “entregarse” a los ciudadanos en los próximos 12 meses. Particularmente, a manera de ejemplo, podemos detenernos en el aseguramiento de la salud: hoy tenemos un Decreto de Urgencia (DU), casi 5 millones de nuevos asegurados por incorporarse efectivamente al sistema de protección, 315 millones menos en el presupuesto del SIS respecto al 2018, que, además, debe recorrer un largo camino para ser un seguro público. Y por delante varios etc. Bueno, la tarea es establecer cuáles son las medidas a adoptar, para cuándo, quién les debe entregar y con cuánto financiamiento. Caso contrario el “legado” sería un DU, cosa que no parece ser el objetivo del gobierno ni la expectativa ciudadana.  Ese es el quid, asegurar el legado para la gente.

Gestionar la salida es un desafío razonable y necesario, pero es la mitad de la transición. Pensar y gestionar la transición gubernamental es un desafío mayor. Tiene objetivos adicionales: (i) Asegurar la formación del nuevo gobierno, lo que se concreta entre la elección y la asunción del mando, y que se traduce en la conformación del equipo gubernamental. (ii) Asegurar la concreción de un plan de gobierno, (no el formal que se entrega como requisito al momento de la inscripción de las candidaturas), producto de la oferta electoral que va madurando o evolucionando y que se ajusta con el conocimiento de lo que se encuentra avanzado y es posible de realizar. (iii) Lograr la continuidad de políticas y su ajuste de ser necesario. Requiere la identificación de las tareas pendientes que tienen plazos y urgencias administrativas propias, así como la identificación de los goles de la nueva gestión que son posibles de anotar gracias a lo avanzado en el período que ha terminado. (iv) Preparar a las nuevas autoridades, como a sus altos y medios directivos en la tarea de gobernar para implementar el plan de gobierno, así como acompañarlos en su tarea. Esto supone una estrategia de inducción, acompañamiento y refuerzo todo el primer año.

Estos propósitos requieren un ente, procedimientos y recursos. La discusión aquí no debe ser si se hace o no, sino ¿a quién en el Estado se le asigna esta responsabilidad pública para cribar a los funcionarios que salen y a los que entran? Y para diseñar e implementar la estrategia. De hecho, varias entidades deben entrar a tallar en este afán estratégico no visualizado y tan superior. Entre estas SERVIR, la Contraloría en lo que le atañe, la PCM en su rol de coordinación y el Jurado Nacional de Elecciones para el trabajo con candidatos, por referir a algunas claves. Pero alguien tiene que estar a cargo.

Preparar la transición gubernamental no es plegar las velas para atracar el barco. Esa puede ser, parcialmente, la definición de la estrategia de salida. La transición es un impulso institucional, razonado y explícito hacia adelante para no joderle la vida a la gente, para no perder la plata de los contribuyentes, para no perder ritmo y rumbo, y para tronchar la endemoniada manía de la política de empezar cada 5 años a inventar lo que ya existe y no inventar lo que hace falta, exasperando a los ciudadanos que un día nos pegaran tal cachetada que al despertar veremos un paisaje en llamas.