No nos jodan hasta abril… del 21
La no preferencia en las elecciones y la consunción de la representación
29/01/2020
Por Arturo Granados
Lo fantástico de las elecciones es que la política nos toma el pulso periódicamente. Lo indescifrable es por qué no escucha o entiende nuestros mensajes.
¿Cuál es el porcentaje de electores que no ha votado por ninguna de las opciones en estas elecciones congresales extraordinarias? ¿Cuál ha sido la trayectoria del no voto por opciones políticas los últimos procesos electorales generales?
Elaboración propia. Fuente Jurado Nacional de Elecciones. El 2020 son datos preliminares y de fuente mixta: el ausentismo es del reporte ONPE al cierre de esta edición (29 enero, 6:13 a.m.), y los blancos y viciados de encuestas a boca de urna.
La primera idea que busco transmitir es que la No Preferencia (NP), definida cómo la no expresión de voluntad por alguna opción política, ganó las elecciones congresales extraordinarias (38%). Operativamente la NP es la suma del ausentismo, el voto blanco y el voto viciado. Aparejado a este tema señalamos que la alegría de las agrupaciones que han logrado ingresar al Congreso es un ánimo pírrico. Tener entre 11 y 5% de los votos válidos, no de los emitidos, es un pobre resultado. No nos andemos con cuentos. Las agrupaciones políticas necesitan realizar un examen serio, aunque sea fuera de cámaras. Y en cámaras, tampoco, nos entretengamos con el pescadito como la gran irrupción de la política con su 8%.
La segunda idea de este artículo, discutible por los especialistas con seguridad porque está última elección no es estrictamente comparable con las elecciones generales del 2006, 2011 y 2016, es que la NP parece ser una tendencia creciente o en su defecto es un segmento irreductible hasta el momento. El 2016 representó el 36% ganándole a los fujimoristas en la primera vuelta, considerando los votos emitidos.
Es necesario decir, no obstante, que el voto blanco se redujo notablemente estas elecciones, casi a la mitad respecto a lo ocurrido el 2016 y el 2006, aunque el costo parece haber sido una mayor dispersión de la representación política. Todas las bancadas son pequeñas. 24, 18, 17, 16, 12, 10, 9, 7 y 5 escaños, respectivamente, son una demostración enorme de pequeñez. Esta situación, como anotan los analistas, representa un enorme desafío de concertación y a la vez trae una buena noticia: no enfrentamos una hegemonía asfixiante. Esperemos que nuestros representantes estén a la altura del encargo.
Como humilde observador, me preocupa más el 38% de la No Preferencia que el 7% de Antauro Humala. Me sorprende más la testarudez de la izquierda que no logra sumar 11% para ser el rey de los pitufos que el 8% del FREPAP. Me da más alegría el 2% del APRA que el 1% de Solidaridad Nacional. Me asombran más los que hablan del repunte de Urresti con su 8% cuando la noticia es que siendo el único presidenciable de la competencia no marcara la distancia, aunque en su contra estuviera el corto tiempo de su candidatura congresal, ciertamente. Me da más risa el menos de 11 del puntero de la competencia que el 01 de Contigo.
Pero más allá de los sentimientos del columnista, en lo que importa ¿Cuál es el objetivo político de la sociedad peruana para las elecciones del 2021? Vale la pena, siquiera, que nos planteemos la necesidad de un objetivo político. Postulo el siguiente: reducir la No Preferencia y engrosar la representación. Este objetivo doble tiene campos de responsabilidad. El Congreso para completar, desde su primera legislatura, la reforma política que permita tener más cerrado el espectro de opciones y un mejor menú, que la competencia sea entre partidos y no entre “preferenciales” y que el debate político sustituya la publicidad.
Los medios para presionar a los congresistas por la reforma política y para que el debate se oriente a los temas programáticos antes que al espectáculo, Dios si no es mucho pedir. Penoso y asqueroso han resultado programas en medios donde el solaz era la pelea con chaira. A los partidos y a los ciudadanos para que la plaza le meta cabe al twitter. Al Jurado Nacional de Elecciones para que el debate político no sea una pantomima aburrida, inútil e insustancial, e innove con diálogos con la gente, recorra las plazas y permita un debate político que se pueda llamar tal, en todo el proceso electoral.
Al Gobierno Nacional para que prepare la transición gubernamental con un año de anticipación y no se conforme con la mediocridad de las comisiones de transferencia.
Dicho de otra manera, podemos tener un proceso electoral de polendas, que anime a la gente, que nos mueva a conversar sobre las políticas públicas que necesitamos, que permita acumular porque sí hemos tenido logros en 200 años de República y avanzar para serlo realmente, y donde lo serio sea ridiculizar los mesianismos de cualquier color. Y con todo respeto, por favor, no nos traten a los electores como “hinchada peruana” por más tierno y gracioso que les parezca a algunos periodistas.
A ver si somos capaces de trocar el “No nos jodan hasta abril del 2021” por un “tenemos mucho que hacer hasta abril” para que la política no sea refractaria. No tiremos la toalla. Parafraseando a Hans Küng, si falla la esperanza fallará la acción.