No es broma

09/11/2019

Por Rubén Cano

La última película del Joker va más allá del dilema psicológico del archienemigo de Batman: entra al terreno de la política. Es una clara y legítima crítica al capitalismo, desde una voz ahogada por problemas mentales con los que el sistema de salud no puede lidiar.

Al analizarla semióticamente, ciudad Gótica no solo es la representación de Nueva York de los años setenta, el centro de la economía mundial que no entiende lo que pasa y que responde criticando el reclamo y señalando al revoltoso como un ser autocompasivo, débil, comparado con los más aptos para la subsistencia y negando los obvios problemas sociales que decantan del propio modelo. Esa ciudad también es la Lima actual.

Y en nuestro caso, el Joker aún está enajenado por las distracciones del sistema, la industria de la televisión, tal como pasa en la película. En ambos casos la ciudad que concentra el poder agrede. Le da una paliza a su propia gente con servicios públicos de espanto.

Ha sido la historia de todo el siglo XX: la agresión al migrante, en nuestro caso, al poblador andino quechua hablante, que no contaba ni siquiera con mínimos servicios públicos bilingües y que tuvo que alienarse y refugiarse en la periferia para poder sobrevivir.

El Joker del hemisferio norte por lo menos vive en un departamento y hasta un momento, el sistema le brinda su tratamiento. Se tiene que pintar una máscara de payaso para sobrevivir. Es infravalorado. Nuestro Joker vivía en esteras, soportando el frío del arenal.

Igual que aquel, al ver la televisión, nunca se encuentra. Las propias telenovelas que hablan de la migración, son protagonizadas por actores extranjeros de apellido Blume o Kamalich, que se tienen que pintar la piel para representarlo. Peor en el caso de la mujer andina, que siempre ha sido representada por hombres no andinos.

Nuestro Joker es invisible y otros cuentan su historia, imponen su paradigma, claramente adornado por el show. Así como él, los adolescentes de nuestra época quieren ser chicos reality. Y tal cual en la película, las elites que dirigen el país no saben leer la calle, no saben comunicar o no les interesa hacerlo.

No es gratuito que se enfoque en la salud mental, pues es claro que el sistema está enfermo, corrompido, cegado dentro de una burbuja psicopática, esquizofrénica, tal como nuestros parlamentarios que siguen viviendo en una realidad paralela.

La brecha de entendimiento es tal que alimentan a un demonio que busca cambiar el status quo con el apoyo de la legitimidad que le da la realidad. Y luego se sorprenden de la violencia, cuando es el sistema el que la alimenta con su permanente agresión. El final es lamentable, pero ya vivimos ello con el terror de los ochenta.

¿Queremos volver a pasar por esto? ¿Acaso no hemos aprendido nada? Es cierto que la película la produce la Warner Bros., franquicia que podría simbolizar a ese capitalismo al cual critica. ¿Será alguna forma de redención del sistema, como se está viendo últimamente? ¿Cómo cree usted, estimado lector, que le respondería el Joker? Mejor vea las escenas finales de la película y lo sabrá.


Texto publicado en diario La República, el sábado 11 de octubre de 2019.