Migración en tres actos

10/02/2020

Por Rubén Cano

“Vivimos en la era de las ciencias sociales y nos hemos acostumbrado a comprender el mundo y la sociedad en términos de “fuerzas”, “presiones”, “procesos” o “desarrollos”. Es fácil olvidar que esas “fuerzas” son compendios estadísticos de los hechos de millones de hombres y mujeres que actúan conforme a sus creencias y en pos de sus propios deseos. La costumbre de subsumir lo individual en las abstracciones puede conducir no solo a una mala praxis científica (las “fuerzas sociales” no actúan siempre igual, como las leyes de Newton) sino también a la deshumanización”.

Steven Pinker, “El sentido del estilo”.

Todos los peregrinajes son por las mismas causas. Quizás la masificación del desplazamiento de personas sea directamente proporcional al nivel de gravedad de la estructura económica y social de un lugar. La cuestión está en reconocer qué tan grave es aquella estructura y eso depende mucho de los lentes que usemos para mirar.

El Estado Omnipresente

Un amigo muy cercano de origen chiclayano -aunque él más bien me refuerza aquello de su identidad Muchik-, que conocí en la maestría y con el que coincidimos hace varios años en aquel sueño de cambiar la realidad de nuestro país migró a Canadá para hacer un doctorado de cuatro años. Hizo viajes previos con los que, quizás, analizó las condiciones y la lógica social y económica de sociedades tan lejanas a nuestra realidad y decidió encallar en la universidad de Lethbridge, en Alberta, una provincia al oeste de este país.

Me contó que se iba a casar con su novia de hace mucho tiempo, una linda y entrañable mujer, chiclayana también y muy trabajadora. Hace poco tuvieron que visitar un hospital para diversos temas y su novia se sorprendía de que, además de ser una entidad impecable y muy moderna, no les costara nada. Hicieron una actividad de voluntariado en un colegio para la navidad y también se sorprendió de la espectacular infraestructura comparada con la de los colegios privados más caros de Lima. Y si el colegio resulta muy alejado, los estudiantes tienen derecho a transporte. Obviamente, nada de eso le cuesta al ciudadano o, más bien, se cumple con el pacto social. Una especie de “junta” a escala nacional.

A él por ser un investigador, el Estado canadiense lo ve como un recurso valioso y lo incentiva a asentarse en ese país. Ni bien accedió a la beca en esa universidad, se activaron algoritmos que le llenan la bandeja de entrada de mecanismos gratuitos para que opte por asentarse, desde facilidades para la residencia hasta los permisos necesarios para que su novia pueda trabajar en lo que quiera. Además, cuentan con carreteras y puentes funcionales para poder recorrer un país con el mismo número de habitantes que nosotros, pero viviendo en un territorio equiparable a Perú y Brasil juntos. Hay mucho espacio para poblar.

Canadá promueve la inmigración para equilibrar sus tasas de envejecimiento y contar con población económicamente activa que pueda ponerse al hombro aquella estructura virtuosa, aquel Estado omnipresente. Porque, a donde vaya, mi amigo se encuentra con la presencia del Estado. Podríamos hablar de un acoso permanente por querer hacerlo vivir realmente en condiciones de bienestar.

Él también ha observado que realmente se construye una comunidad en la que a cualquier ciudadano que se incorpore a esta sociedad se le acoge. Ha encontrado latinos, indios, asiáticos, árabes, africanos. Al capitalismo de bienestar no le importa el color de piel. Hace poco él y su novia cogieron una botella de vino y unos quesos y se sentaron al frente de un lago en una reserva natural y nadie los estereotipaba de caviares pretensiosos. Más bien, las personas observaban aquella escena y la avalaban con una sonrisa y bajo una convención social que valora la construcción de comunidad.

No se trata de aquella visión limitada que lo reduce a que allá sus impuestos se traducen en todos esos beneficios. Se trata de que los lentes con los que se establecen políticas públicas se enfocan (en el objetivo y no en soluciones paliativas). Allá lo que queda luego de impuestos no se utiliza para salud, educación o transporte, se usa para vinos y quesos.

El Estado Ausente

Claro, pero extraña a los amigos, a la familia, las juergas y anécdotas. La añoranza por la cuna. Quizás sea un complejo social de Edipo. Aquella filosofía del sacrificio que tanto nos inculcan, con publicidad que nos programa a levantarnos casi de madrugada, muy espiritual y religiosa, pues a quien madruga le va mejor. Es una carrera de vallas en las que por algún sentido distorsionado se valoran las vallas y no la carrera.

Entonces para tener educación y salud (de calidad) tus ingresos luego de impuestos deben estar destinados a ello. De lo contrario, literalmente te formas con estructuras analógicas para un mundo digital y quizás te enfermes de otros males si es que te curas del que te llevó a los establecimientos de salud pública.

No debemos olvidar el transporte, pues no sólo le cuesta al ciudadano, sino que el Estado no puede resolver ni siquiera las condiciones para poder recibir esos servicios de la mejor manera y no perder hasta 40 días al año al interior de una caja de lata con llantas, mirando a través de una ventanita como se va la vida.

El Estado no solo no da, sino que no está (allá en la selva que sufre de la deforestación por intereses perversos, en aquel puente que se llevó el río en Piura, apoyando a ese inspector en Lima que atropella el chofer de la combi sin papeles pero sí con miles de papeletas, verificando las llaves de un tanque de gas que mató a más de veinte personas o en aquél despechado que aprieta el gatillo por celos). Literal, no está.

Lo que reemplaza al Estado ausente y promovido por su propia ausencia, es la violencia, en aquel tipo que baja de su auto para trompearse con el otro porque lo cerró, aquél que saca el revolver para amedrentar o aquél que con legítima razón no quiere que camiones con minerales pasen en medio de su acogedor pueblo de la sierra.

Y con todo ello, hay gente que ha normalizado este sistema darwiniano, la selva de cemento, la evolución de las especies donde el más adaptado sobrevive, quemando hasta la última gota de energía para cargar encima de los hombros esta estructura socioeconómica perversa.

Finalmente, no sé muy bien de dónde se sostiene aquél sentido de pertenencia. Me disculparán, pero en mi caso no se sostiene ni del ceviche, el pisco sour, la selección peruana o Machu Picchu. Se sostiene de una dinámica comunitaria en la que me asenté habiendo normalizado al Estado ausente sin habérmelo cuestionado tan seriamente como para haber roto las raíces.

El Estado en tinieblas

Una enfermera de Mérida en Venezuela cuidó a la abuela de mi esposa acá en Lima con tanto cariño que, tras su muerte, calzó con nuestra necesidad de una persona que cuide a mi hijo bajo el rol de una nana o niñera. Eso hizo que me esforzara por ajustar las condiciones de pago frente a una persona sobrecalificada para ese rol y que ella se esforzara en adaptar sus conocimientos a tremendo reto. Luego de casi dos años los resultados han sido espectaculares.

Ella huyó de una dictadura que ha logrado que en el país con los mayores recursos petroleros del mundo se dieran recortes de energía diariamente programados, lo que lo deja sumido, literalmente, en las tinieblas. Y un pequeño detalle: cuando llegaron se sorprendieron de que aquí se cobrara por la energía y los combustibles: allá el gobierno los subsidia casi a cero costo.

Ellos conforman los más de 800 mil venezolanos que han llegado a nuestro país y no han sido acogidos de la mejor manera por parte del Estado, lo que endurece aún más un fenómeno migratorio que sólo se mira en cifras globales y que, al final de cuentas, deja de lado las historias reales como estas que son las que conforman la estadística. Lo peor de todo es que el Estado ausente haya constituido una división especial de la policía nacional para enfocarse en la inseguridad venezolana. Quizás tremenda propuesta alcance para constituir escuadrones por cada una de las nacionalidades de los diversos inmigrantes que se encuentran en nuestro país.

Más allá de la ironía, sería mucho más provechoso constituir bolsones de profesionales venezolanos que puedan ayudar a atender la demanda insatisfecha en las múltiples materias que necesita el país en sus diferentes regiones, haciendo que quizás el Estado pueda estar un poco más presente y replicando de alguna forma aquella fórmula canadiense en la que la migración se ve más como una oportunidad que como un problema.

Quizás se entienda mejor el mensaje si nos ceñimos a la cita de Isabel Wilkerson en su libro The Warmth of Other Suns: The Epic Story of America’s Great Migration, que hace Steven Pinker:

Los actos de la gente que aparece en este libro son universales (…). Su migración fue la respuesta a una estructura económica y social en la que no participaban. Hicieron sencillamente lo que han hecho los humanos durante siglos cuando la vida se tornaba insostenible; lo que hicieron los pioneros durante la tiranía del gobierno británico, lo que hicieron los irlandeses y escoceses en Oklahoma cuando la tierra se convirtió en polvo, lo que hicieron los irlandeses cuando no tenían nada que comer, lo que hicieron los judíos durante la persecución del nazismo, lo que hicieron los desposeídos de Rusia, Italia, China y cualquier lugar del mundo cuando pensaron que tenían una oportunidad al otro lado del océano. Lo que une todas estas historias es el hecho de estar entre la espada y la pared, es la vida de seres humanos temerosos pero esperanzados en busca de algo mejor, en busca de cualquier lugar donde pudieran quedarse. Hicieron simplemente lo que han hecho a lo largo de la historia los seres humanos que han buscado libertad.

Se macharon.

Por cierto, además de mi amigo chiclayano de origen Muchik y la enfermera venezolana que es niñera de mi hijo, Isabel Wilkerson es una periodista estadounidense de origen afroamericano y Steven Pinker es un canadiense de origen judío.