Los pasos perdidos

26/11/2019

Por: Morgan Quero

“Había como una sorda conmoción allí dentro, un pánico sin fuga.”

Alejo Carpentier, Los pasos perdidos, 1953.

 

Lo real maravilloso ha sido una constante en la expresión cultural de la historia latinoamericana. En el siglo XX, escritores como el cubano Alejo Carpentier le dieron forma literaria facilitando lo que llamaríamos luego el boom latinoamericano, ese fenómeno editorial global que le dio sus cartas de grandeza y fascinación cultural a nuestro continente.

Pero como la realidad es más prosaica, los pasos perdidos es el término que se usa para designar al pasillo principal en nuestro Congreso.  No es un nombre nuevo, ni tampoco único. Desde que existe el Congreso, y antes de su ubicación frente a la Plaza Bolívar, los pasos perdidos designan ese espacio de circulación y encuentro, diálogo y descanso en los recintos parlamentarios o edificios públicos. Incluso en otros países, como Francia o Italia.

Hoy que estamos a las puertas de una inédita elección congresal extraordinaria y que los partidos están a la espera de lo que resuelva el JNE, solventando inadmisibilidades o buscando cómo sortear improcedencias, la sensación de estar deambulando, perdidos en medio de la niebla se acrecienta.

La conmoción es doble, para los partidos y los electores, los candidatos y los ciudadanos. La crisis del sistema político no es un asunto mecánico en donde si se malogra una pieza, se cambia y listo, todo resuelto. El cambio al que estamos asistiendo tampoco tiene que ver con aspectos ideológicos o normativos. Tiene que ver con la relación entre los ciudadanos y los políticos. La forma de hacer campañas, de atender las demandas de la sociedad, de establecer un vínculo real entre unos y otros.

Sabemos que los congresistas tienen tres funciones: legislar, fiscalizar y representar. De estas tres, sin duda la más delicada es la de representar. Y de lo que se trata es de representar a sectores específicos de la sociedad. Personas de carne y hueso que enfrentan los retos de su vida cotidiana y que quieren poder expresarlo, manifestarlo y sentir que no sólo son escuchados, sino atendidos.

Así, la paradoja hoy es que los candidatos están en busca de electores para sobrevivir en la jungla política peruana y los electores están en busca de candidatos. Como en la metáfora de la oferta y la demanda ambos puntos se encontrarán al momento de la elección, el próximo 26 de enero, pero la realidad es que el desencuentro es ancho y ajeno.

Los candidatos parecen potenciados por el simple ego de figurar en las listas partidistas, con más precipitación que ideas, pero sobre todo con una fragilidad intrínseca, agudizada por el contexto actual: carecen de base social.

Los ciudadanos a su vez, son como aquellos personajes de Pirandello, que se encuentran en medio de un teatro vacío, en busca de un autor que les de vida, sentido a sus movimientos y parlamentos. No encuentran un espacio de representación o un vínculo más real en medio de la vorágine de las redes sociales o de fugaces apariciones en la TV.

En medio de esta doble orfandad, podemos recomendar una campaña sencilla, con mensajes directos y diálogos francos, con ciudadanos curiosos y motivados por sus problemas concretos. No se trata de repetir la lógica de los millones y de los campañeros solitarios, pero vivarachos, que hacen su agosto en esta temporada navideña y que sugieren que no hay tiempo.

Tampoco se trata de agredir al elector con carteles y pintas que tienen más costo que impacto. Se trata de retomar el vínculo roto, de inspirar desde la democracia, de reunirse con jóvenes ávidos de participar en su primera elección y de dialogar con otros ciudadanos que deciden entrar en política. De recorrer las zonas marginales que claman por soluciones concretas y que requerirán de un congresista para que los apoye en sus gestiones ante los ministerios, las regiones y las municipalidades, pero sobre todo, que logre que en el Perú podamos trabajar más coordinadamente, más articuladamente en favor de objetivos comunes.

No se trata de hacer una lista de reformas legislativas que sabemos que en tan poco tiempo no se lograrán, sino de ofrecer una pizca de esperanza en un momento de indignación y hartazgo, de ofrecer una mano tendida en medio de la frustración y la impotencia. Una forma como otra de sonreír juntos, ciudadanos y candidatos, para volver a empezar. Confiando en nuestra capacidad de reconstruir el tejido democrático nacional.