Los costos de no hacer política

27/12/2019

Por Edgard Ortiz

El año culmina con pocas luces. Uno más en un quinquenio que se siente perdido. La miopía política de una mayoría congresal saboteadora, la limitada capacidad de acción y reacción de los gobiernos en ejercicio, la apatía social y la testarudez empresarial, todo ha sumado a un ambiente de indiferencia e ineficacia colectiva.

Ya sabemos que este será un año de poco crecimiento, de insuficiente avance social. Sin acercamiento político, sin agenda común. Esto no se debe solo a quienes gobiernan, se debe a todos. La política es un ejercicio colectivo. Nada podemos reprochar si renunciamos a hacer política. Entonces el mea culpa debe ser colectivo.

El 2020 no parece mejor. En enero escogeremos congresistas. Será un congreso menos concentrado, pero no muy distinto. En su mayoría, poca experiencia, poco peso, agenda leve y limitada. Los congresistas tendrán tiempo y espacio restringido para cambios sustantivos. Algo de aire para la reforma política y de justicia. Casi nada para lo económico y social. Esencial la defensa de la reforma educativa después de la correcta denegatoria del licenciamiento de varias universidades. Más importante aún, la elección de miembros del Tribunal Constitucional para asegurar derechos sociales y económicos en el largo plazo. Se requiere amplitud de criterio e idoneidad en la selección.

Luego, el Ejecutivo seguirá como hasta hoy, reactivo y sin reformas para el crecimiento. Altamente sensible al hecho político y social. Ya no hay tiempo para la política relevante. El ciclo político condiciona la acción de gobierno. El cuarto año se dedica -usualmente- a la defensa de reformas, la campaña y la preparación para la entrega de cargo. Esta vez no hay mucha reforma que defender, la campaña aún aparece sosa -es probable que la indiferencia prime hasta inicios del 2021- y el cargo hace rato que se quiere devolver.

Después, es muy poco probable que, en el corto plazo, el Tribunal Constitucional modifique el escenario político. No por falta de ganas de, al menos, tres de sus miembros, sino por el miedo de los otros cuatro a la conmoción social y la historia. Saben que un fallo contra la disolución del Congreso puede replicar las revueltas de Quito y Santiago.

Y como un Gobierno sin bancada es especialmente sensible por legitimidad, es evidente que seguiremos en la lógica de la construcción del enemigo político ad hoc. A través de esa fórmula el Gobierno se legitima y se configura través de su opuesto, porque si el enemigo es malo, corrupto y egoísta, entonces como opuesto, se transforma inercialmente en todo lo contrario. No por acción, sino como ejercicio de retórica. Es un método simple, pero eficiente. Hoy queda algo más de un año y el enemigo provendrá de los sospechosos comunes. Entonces aparecerá la empresa privada que no ayuda y no se ayuda, porque donde se pone el dedo, brota la miseria de la precariedad laboral. En ese caso el castigo es bien merecido. Muy poco que defender hasta que cambien.

Lava Jato también continuará siendo relevante. El Ministerio Público seguirá defendiendo las prisiones preventivas, aunque su rol primario es acusar. La justicia no es justicia si no es pronta y efectiva. Un incentivo para el 2020 será acusar y obtener sentencias antes que los candidatos avancen en la elección. En Perú no hay muertos políticos, todo lo contrario. Entonces, o el ministerio público acusa y logra resultados o espera que los acusados postulen y accedan a cargos por impunidad. Todos queremos justicia, entonces debemos exigir que actúen ya.

El 2020 será también de conflictos sociales y actas de compromisos. Probablemente ya no del gobierno sino de los candidatos. Debemos ser coherentes y firmes para no repetir el ciclo de frustración. Los candidatos deben prometer sólo aquello que van a cumplir. Deben hacerse responsables de sus promesas y actos. Hasta el 2020 es muy poco probable que se solucionen conflictos mineros, agrarios, de hidrocarburos. O, si se hace, costarán muy caro. Este es un tema más para el siguiente gobierno.

Como se presenta el 2020, la inversión privada se ralentizará (más). Un año preelectoral y la sensibilidad de un gobierno con agenda y políticas restringidas hace prever un año de intensidad regulatoria. A cada crisis, una regulación. En respuesta no habrá inversión para crecer, sino ahorros para proteger valor. Es un círculo vicioso para el magro crecimiento. Y es cierto que necesitamos más Estado, pero más Estado presente y eficiente. Empezando con lo mínimo que es un Estado que defienda a madres y niños. Basta de indiferencia y nula empatía de nuestras autoridades.

En lo regulatorio y fiscal aun no nos damos cuenta de que no podemos continuar sin legislar con base a la evidencia y el largo plazo. No basta con la reacción porque es insuficiente e ineficiente. Cuando se trata de política macroeconómica, después de retroceder, prender los motores toma tiempo. Lejos están los miedos del calentamiento de la economía por el gasto público. La disciplina fiscal la impone hoy la limitada ejecución.

El escenario luce opaco en el 2020. La tercerización de la política produce eso. Esto sólo puede cambiar si los ciudadanos y sociedad civil nos involucramos más, forzando una agenda común. La política en esencia es eso. El arte de lo posible en desacuerdo. Debemos aceptar que pensamos diferente, pero más importante aún, debemos aceptar que, a pesar de esas diferencias, necesitamos generar consensos. Especialmente para las políticas públicas que beneficien a la mayoría. De eso se trata hacer política y hoy es más importante que nunca.