La «nueva realidad» y la siempre incumplida promesa republicana

18/06/2020

Por Jesús Vidalón

Hace 200 años se forjó una genuina promesa republicana. Una vocación compartida por el crecimiento individual y colectivo para tener éxito como país y asegurar un nivel mínimo de bienestar para todos los peruanos.  El sectarismo, el autoritarismo, la polarización ideológica y la corrupción hicieron que se incumpla.

La promesa se ha renovado después varias veces, unas como recurso retórico y otras como real propósito. Pero aquellas taras, heredadas y exacerbadas, han impedido recurrentemente que moldeemos un país democrático, solidario e institucionalizado, que capitalice su potencial y sus recursos para garantizar sino bienestar, al menos dignidad para todos.

Si la dureza de la “nueva realidad” no es suficiente para desarrollar en la mayoría nacional el sentido de responsabilidad y comunidad necesario para salir de la crisis y emprender una etapa de desarrollo económico y humano, debemos preguntarnos al conmemorar el bicentenario si la patria peruana realmente existe.

 

La nueva realidad

Aún si se controlase a corto plazo la pandemia, la situación que viviremos los peruanos implica mucho más que acostumbrarse a mantener distanciamiento social, a usar mascarilla o a no poder ir al cine o al estadio.

Supone vivir sin un ser querido al menos para quince mil familias, convivir con el riesgo de tener alguna secuela para decenas de miles de personas que desarrollaron neumonía, haber perdido el empleo para dos millones trescientas mil personas, solo en Lima; haber dejado la universidad o el instituto para medio millón de estudiantes…

Supone, para un millón y medio de hogares, haber regresado a ser pobres, o estar en riesgo de serlo.

Para ellos no habrá “nueva normalidad”. Pero tampoco para los demás peruanos.  Aunque se ha lanzado un programa de reactivación que esperamos genere resultados, en los próximos años el nivel promedio de bienestar será mucho menor y las oportunidades para los jóvenes y para los desempleados no serán las mismas que en los últimos 25 años.

Además, en la nueva realidad, la inequidad, la informalidad y la precariedad de los servicios empezarán agravándose.

Salir de la crisis y retomar un ritmo sostenido de crecimiento, demanda liderazgo efectivo, institucionalidad y gobernabilidad. Pero además requiere consolidar un propósito colectivo para diseñar y ejecutar de manera concertada un gran programa de medidas de alto impacto.

 

La promesa republicana

Basadre asocia la independencia del Perú con una promesa de vida próspera, sana, fuerte y feliz.

La promesa es, para él, el “elemento sicológico sutil” que permite dejar atrás la guerra y mirar con optimismo el porvenir. Es la fusión del sentido de independencia y soberanía, las expectativas de generar bienestar y reivindicar la condición humana, y el anhelo de comunidad plasmado en el lema impreso en nuestra moneda en 1825: “Firme y feliz por la unión”.

Nunca se hizo realidad. Basadre desarrolla las razones:

“La promesa de la vida peruana sentida con tanta sinceridad, con tanta fe y con tanta abnegación por próceres y tribunos, ha sido a menudo estafada o pisoteada por la obra coincidente de tres grandes enemigos de ella: los Podridos, los Congelados y los Incendiados…” [1]

“En nuestros treintas y cuarentas tuvimos (…) momentos de “a-historia”, o sea de choques contradictorios, de continuo empezar, en contraste con la historia que es, en sí, proceso y esencial continuidad” [2].

 

Vamos a salir, como entonces, de una guerra, y, también como entonces, aún tenemos recursos. Pero, como hemos dicho, necesitamos un liderazgo efectivo y renovado que amalgame a la mayoría nacional y un propósito que sea el motor de la acción colectiva.

El propósito puede ser una reafirmación concreta de la promesa republicana:  asegurar en 20 años dignidad para todos.

Concretarlo demanda que flexibilicemos nuestras posiciones, en aras del bien común. Solo un ejemplo: el programa con seguridad incluirá desarrollar grandes proyectos para poner en valor nuestros recursos naturales. Esa ha sido nuestra tabla de salvación en los 200 años de república.

Pero debemos plantearlo de manera diferente. No podemos sostener que el proyecto es bueno solo con una TIR (aún si fuera social) ni con una relación costo beneficio.  Ambos son indicadores agregados.

Necesitamos que el diseño integral de los proyectos asegure, en algunos casos con garantías reales, que por ejemplo todos y cada uno de los agricultores o ganaderos del área de influencia directa estarán en mejores condiciones con proyecto que sin proyecto.

Y necesitamos líderes responsables de izquierda y de derecha que acompañen a la población y a los empresarios en el proceso, para que todos confirmen que eso es lo mejor para cada parte y para la sociedad. Y un gobierno que haga que el ambiente y los acuerdos se respeten…

Concertemos y acuñemos una nueva moneda.  Escribamos en ella: “Firmes y felices por la dignidad y la unión”.

[1] Basadre. “La promesa de la vida peruana”.  Sección “Esa promesa y algo más”.  El texto continúa así:  “Los Podridos han prostituido y prostituyen palabras, conceptos, hechos e instituciones al servicio exclusivo de sus medros, de sus granjerías, de sus instintos y sus apasionamientos.

Los Congelados se han encerrado dentro de ellos mismos, no miran sino a quienes son sus iguales y a quienes son sus dependientes, considerando que nadie más existe. Los Incendiados se han quemado sin iluminar, se agitan sin construir”.

Los Podridos han hecho y hacen todo lo posible para que este país sea una charca; los Congelados lo ven como un páramo; y los Incendiados quisieran prender explosivos y verter venenos para que surja una gigantesca fogata”.

[2] Extracto de la sección “Más sobre las élites” del mismo ensayo.