La hora cero para mitigar el desastre global: ¿Qué líder mundial puede impulsar un acuerdo efectivo?

02/08/2023

Por Jesús Vidalón

Según la Organización Meteorológica Mundial, julio de 2023 ha sido el mes más caluroso de la historia. Y Antonio Guterres, secretario general de las Naciones Unidas, ha anunciado que la etapa del calentamiento global ha terminado y que el planeta “ha empezado a hervir”. Sin embargo, los líderes globales no parecen haber aquilatado adecuadamente estas declaraciones.

Ya el científico Michael Mann, que presentará en setiembre “Our fragile moment”, libro en el que describe crudamente la gravedad de la crisis climática, había adelantado que las peores predicciones de incremento de temperatura promedio del planeta se están cumpliendo, pero, además, que se están presentando valores fuera de todo rango previsible. Y esto incrementa la probabilidad de un adelantamiento de los gravísimos efectos originalmente proyectados para “el largo plazo”.

Entonces, la sequía severa y prolongada, las inundaciones y los incendios forestales en todo el orbe no pueden verse más como eventos aislados. Parece ser que las “anormalidades” descritas por Thomas Kuhn como predictoras de un cambio de realidad y de paradigma serán la norma y no la excepción.

Y en esta realidad en ciernes, el Acuerdo de París de 2015, que en su momento se consideró un logro global, y el esquema de revisión periódica de las NDC ¡cada 5 años!, podrían devenir en obsoletos ya en el 2023. Frente a ello, hay que hacer algo.

¿Qué esperamos?  El asambleísmo internacional que termina en llamados a los gobiernos y la sociedad global para tomar conciencia y cumplir con los compromisos internacionales, resulta ineficaz. Es imperativo y urgente un nuevo modelo de gobernanza para tomar decisiones concretas y radicales y así intentar mitigar el cambio climático y sus efectos, en particular, la escasez hídrica severa y prolongada, así como la masificación agravada de la pobreza.

 

¿Qué está pasando?

Los esfuerzos por mitigar el calentamiento global han sido ineficaces.

El consumo de energía, y en particular el del petróleo, siguen aumentando ¡en términos relativos! (per cápita o en relación con el PBI). Esto parece inexplicable con todos los esfuerzos en eficiencia energética y en promoción de nuevas fuentes que parecen realizarse.

Sin embargo, como estableció David Owen hace más de 10 años en el controversial “The Conundrum”, los esfuerzos para mejorar la eficiencia no están generando beneficios ambientales, porque el consumismo hace que los aumentos en la eficiencia generen también incrementos en la demanda, sin efecto favorable neto. A esto hay que agregar que la proporción de energía renovable crece, pero lentamente.

Además, las tecnologías (de geoingeniería solar y otras) para reducir la temperatura del planeta aún no se consolidan y parecen tener graves efectos colaterales.

 

En el lado de la adaptación tampoco se avanza de manera significativa. Como ejemplo, el consumo de agua per cápita aumenta. No se detiene el desperdicio en todos los usos y solo el 11% de las aguas residuales producidas se reutiliza.

Por otro lado, aunque los desastres naturales presentan mayor recurrencia e intensidad y ponen en riesgo la infraestructura y servicios de agua, los gobiernos de los de países más vulnerables al cambio climático aún no interiorizan el concepto de redundancia de fuentes de agua y tardan décadas en concretar proyectos de infraestructura convencional mientras que los de infraestructura natural continúan siendo implementados pequeña escala.

 

¿Qué hacer?

Es imperativo y urgente actuar en dos frentes. Por un lado, instaurando un multilateralismo global efectivamente vinculante para la gestión del cambio climático y del agua, y establecer metas anuales de reducción per cápita de consumo de petróleo, carbón y agua y de incremento de la proporción de energía renovable (metas intermedias necesarias, además de las ya usadas de reducción de emisiones y del monitoreo de la temperatura global).  Además, plazos concretos por países para asegurar reúso y fuentes alternativas de agua, restauración y expansión de ecosistemas, entre otras medidas. Así como penalidades para los incumplimientos.

Por otro lado, es necesaria la transformación rápida y drástica de la sociedad global de consumo, porque sin la participación de todos, no es posible asegurar el futuro, aun para las generaciones actuales. ¿Es muy difícil asumir metas familiares y empresariales de reducción de consumo de energía (electricidad, combustible) y agua? ¿Pueden los reguladores establecer incentivos y penalidades?

Ambas cosas demandan, además del esfuerzo de los organismos internacionales, el liderazgo y compromiso de los gobernantes de las naciones, en particular de las principales economías del mundo, para tomar decisiones y promover el cambio de conducta de la comunidad global.

Ya las Naciones Unidas han dado la alerta. ¿Quién da el primer paso para ponernos de acuerdo seriamente sobre un tema que amenaza a todos?… ¿Biden? ¿Xi Jinping, cuyo país está ya siendo afectado gravemente? ¿Algún líder en Europa?

Por ahora ninguno parece tener nivel de estadista global, ni la capacidad requerida para escuchar el llamado del planeta en ebullición.  Ni el de los cientos de millones de pobres en el mundo cuyas vidas serán las primeras en estar en riesgo, pues los favorecidos pueden obtener agua y alimentos caros y en su momento migrarán en mejores condiciones…

La COP 28 es el escenario ideal para que esto empiece a cambiar.