La clase dirigente latinoamericana post Lava Jato y coronavirus

20/05/2020

Por Jesús Vidalón

El mundo sufre una larga y profunda crisis de liderazgo. Y ésta también alcanza a Latinoamérica. Como resultado, tenemos países debilitados por la corrupción, el descontento social y la pandemia, navegando a la deriva con el riesgo de ser arrastrados por corrientes populistas y autoritarias.

Afrontaremos en los próximos años inequidad, pobreza e inestabilidad política exacerbadas por la secuela del virus. Pero tenemos aún recursos, voluntad y oportunidades… y el aprendizaje que deja la crisis. Para asegurar que no se desperdicien, lo que sería irremediable, no serán suficientes buenas intenciones aisladas, necesitamos una nueva “clase dirigente”.

¿Cómo debe ser y qué hacemos para que emerja?

 

La “Clase dirigente”

Consideraremos parte de la “clase dirigente” a todo ciudadano capaz de generar una corriente de acción u opinión que afecte de manera significativa el futuro de su país o región.

Esto incluye a líderes políticos, empresariales y de la sociedad civil, y en realidad a cualquier funcionario, profesional, trabajador, líder de opinión o líder sindical, que pueda movilizar su entorno generando un impacto relevante.

Es claro que los estudiantes chilenos que iniciaron las protestas contra el alza del pasaje del metro de Santiago generaron más impacto económico y político que Piñera en Chile en el 2019.  Y lo propio hizo el juez Moro, en los últimos 5 años, respecto de Rousseff, Lula, los Odebrecht, o incluso Bolsonaro, en el Brasil.

Es claro también que el mundo, los medios de producción relevantes y la dinámica política, económica y social han cambiado totalmente en los más de 150 años que han transcurrido desde que Marx usó el término “clase dirigente” en El Capital.

 

El interés general como norte para transformar la realidad

Bastaba visitar, incluso antes de la pandemia, algunos hospitales públicos del interior de Venezuela, Argentina o del Perú, o algunas cárceles brasileñas, bolivianas o haitianas. O simplemente recorrer las plazas y calles de algunas de nuestras capitales, de madrugada, siendo testigos de la indigencia urbana, para recordar que en muchos aspectos no hemos alcanzado niveles mínimos de civilización.

Y es que, los servicios de salud y educación y los sistemas penitenciarios, entre otros, no han progresado significativamente en las últimas décadas en varios de los países de la región, incluyendo los de mayor crecimiento económico y mayores presupuestos.

Como hemos dicho antes, el problema no ha sido la carencia de recursos. Ha sido principalmente la erosión del Estado y el interés general por agentes públicos y privados. La clase dirigente de principios de siglo (políticos de derecha e izquierda, empresarios, líderes sindicales, líderes de opinión) se ha centrado en sí misma y ha fracasado.

Este, que es el problema central, debe ser también el eje de la solución. Necesitamos una nueva clase dirigente que se guíe por el interés general, los valores democráticos y el imperio de la ley.  Y los ciudadanos debemos creer que instaurar esa clase dirigente es posible, y decidirlo en las urnas. De lo contrario seremos corresponsables.

Necesitamos que nos gobiernen estadistas, capaces de hacer prevalecer el bien común, en la formulación de las políticas públicas y en las acciones de Gobierno, por encima de las presiones mercantilistas y sindicalistas.  Tenemos que elegirlos.

Necesitamos que nuestras organizaciones privadas sean conducidas por verdaderos empresarios, que compitiendo lealmente en el mercado contribuyan al interés general y creen valor, tanto para los accionistas como para la sociedad. Y gremios empresariales que velen por esto en vez de constituirse en “Cepales” sectoriales.

Necesitamos que nuestras organizaciones públicas sean conducidas por directivos honestos y efectivos, motivados por la creación de valor público y no por el beneficio personal o la permanencia en el cargo sin asumir riesgos.

Necesitamos que las organizaciones de la sociedad civil sean conducidas por líderes modernos y transformadores regidos por principios, pero no radicalizados ideológicamente.

 

¿Cómo hacemos para que la nueva clase dirigente emerja?

Empecemos eligiendo estadistas jóvenes, transformadores -no radicales de izquierda o derecha- como gobernantes; exigiendo a los funcionarios públicos que no logren resultados que regresen a sus casas y a los empresarios que no creen que se puede crear valor sin mercantilismo ni corrupción, que den un paso al costado. Que ambos permitan el cambio generacional. Y eligiendo para las organizaciones de la sociedad civil líderes democráticos inspiradores, proactivos, con valores, pero no polarizados ideológicamente.

Empecemos creyendo que una sociedad diferente, totalmente civilizada, es posible.