El prisma latinoamericano

31/10/2019

“Su propia cara en el espejo, sus propias manos, lo sorprendían cada vez.”

Jorge Luis Borges, Funes el memorioso.

 

Por: Morgan Quero

A veces, al mirarnos al espejo no nos reconocemos. Es la “extraña extrañeza” que sentía Freud al sorprenderse de su propia imagen reflejada en la ventana del compartimento del tren que mostraba a un hombre acercándose a él, mientras se disponía a salir al pasillo. Era el juego de luces y sombras en las ventanas que reflejaba una imagen imprecisa de su propia figura, la que parecía acecharlo. Pero era él, levantándose de su asiento y acercándose a la puerta que estaba por abrir.

En América Latina, la coyuntura política y social de estos tiempos pareciera confirmar la dificultad para reconocernos en la realidad de un continente convulsionado. Desde el Perú, algunos parecen extrañados sobre la magnitud y profundidad de los procesos que enfrentan varios países de nuestra región. Aquí algunos ejemplos:

En México, ya son 250 000 muertos desde el 2006 a causa de la violencia generada por los cárteles del narcotráfico, la delincuencia organizada y las Fuerzas Armadas y Policiales. Esto, además de los 40 000 desaparecidos y 26 000 muertos sin identificar.

En Chile, las manifestaciones que no cesan, han desencadenado una rara combinación de violencia ciega: incendios de las estaciones de metro y supermercados; enfrentamientos con las fuerzas del orden y presencia de los militares en las acciones de control y represión en las calles, junto con imágenes de cánticos del pasado y marchas pacíficas de una magnitud nunca antes vista. Aunque los motivos no terminan de ser dilucidados por analistas y observadores, el enojo y la rabia están presentes en las distintas facetas de la protesta que demanda importantes mejoras en sus condiciones de vida.

En Ecuador, el Presidente Lenin Moreno intentó sin éxito retirar el subsidio al combustible. Las multitudinarias manifestaciones en su contra estuvieron a punto de obligarlo a renunciar. Se refugió en Guayaquil y sólo pudo regresar a Quito con el acuerdo del diálogo con las organizaciones sociales y aceptando dar marcha atrás en su medida impopular.

En Bolivia, la sospecha de fraude electoral en las presidenciales, han desencadenado una serie de manifestaciones en Cochabamba y La Paz que generan, desde ya, una crisis política que pone en jaque la continuidad del gobierno de Evo Morales en su cuarto mandato consecutivo…

En cada uno de estos ejemplos la acción colectiva, la reacción de la calle, muchas veces desbordada, es la clave para entender la forma en que los gobiernos se ven obligados a dar marcha atrás en sus decisiones con un alto costo político. Aquí los partidos se vieron desplazados y la agenda la marcó, de manera radical, un conjunto variopinto de movimientos sociales.

En Brasil, la población votó masivamente por una opción conservadora y ultranacionalista como la de Jair Bolsonaro, generando un cambio político que implicó el fin del ciclo de la hegemonía del Partido de los Trabajadores. Los escándalos de corrupción fueron parte de un proceso mayor que transformó el paisaje político brasileño.

Pero en Argentina, a pesar de las acusaciones de corrupción contra el gobierno de la Sra. Kirchner, y contra ella misma, el peronismo se reorganizó y logró vencer al gobierno liberal de Macri, a pesar y en contra de la alternancia. En ambos contextos, en Brasil y Argentina, la calle se fue ordenando detrás de opciones político-partidistas que llevaron una agenda de demandas sociales de modo plebiscitario, por más contradictorias que éstas fueran. El voto termina cerrándose, expresándose no en un pluralismo árido, sino en opciones excluyentes; muchas veces como producto de una polarización previa y hasta añeja.

En Venezuela, el éxodo de millones de ciudadanos ha generado un resultado paradójico. Por un lado produce una cuestión social dramática en los países a los que han migrado y, por otro, parece haber aliviado la presión política sobre el gobierno de Maduro.

Cada una de estas situaciones que viven algunos de los países de la región implican un reto para el Perú y son posibles escenarios que aquí también podríamos vivir. De hecho, hoy es imposible gobernar contra la calle. Tanto como antes no se podía gobernar contra la oligarquía. De igual modo, debemos comprender que nuestros procesos electorales tendrán un fuerte componente plebiscitario. Y aunque los intentos por evitar polarizaciones son relevantes, la tendencia será a las definiciones drásticas. Asimismo, los partidos políticos que comprendan las agendas sociales tendrán mayor capacidad de maniobra política y podrán interpretar mejor la representación popular. Del mismo modo, la fragmentación política irá en desmedro de los mismos partidos, privilegiándose la búsqueda de coaliciones o frentes que aglutinen a la diversidad política. Otro elemento clave, es que antes que plantearnos planes de competitividad, debemos construir planes de políticas sociales. Y el actor central es el Estado. Un Estado mediador y capaz de actuar con justicia, capacidad redistributiva y sentido social. Sin una agenda social clara -en éste contexto regional- la lógica del desarrollo productivo, como continuidad del “modelo”, parece un cascarón vacío. El clamor de la calle obliga a un replanteamiento de las estrategias para fortalecer la gobernanza desde la legitimidad social del Estado.

Por último, y lo más preocupante, es el riesgo de instalarnos súbitamente en escenarios de conflictos violentos. Una violencia con causas poco claras y desde ámbitos opacos e inciviles, como la de los grupos criminales vinculados tanto a sectores informales, como a élites corruptas. ¿Puede el Perú reinterpretar los escenarios latinoamericanos desde un prisma que le permita encontrar un camino democrático y pacífico frente a las urgencias de nuestra gobernanza? Para hacerlo, es indispensable mirarnos en el espejo de la región. O bajo su prisma. Y reconocernos. Aunque a veces no nos guste lo que vemos.