El Estado nos está sobrando

28/10/2019

Por Edgard Ortiz

El 30 de setiembre Perú cerró su Congreso. Llamó la atención lo fácil que desencadenó el hecho. Cero protestas populares. Cero muertos o heridos. Inmediatamente después, Ecuador enfrentó una crisis que derivó en la toma de su capital. Miles de indígenas enfrentando al gobierno. Varios muertos y heridos. Muchos hablaron de la desigualdad. Ecuador es un país con problemas. Era lógico, pero inmediatamente después irrumpió Chile. El oasis democrático, en palabras de su propio presidente. Violencia, más muertes y heridos. Entonces empezaron las dudas y los nervios, porque era el espejo, el modelo a seguir.

Para explicar lo sucedido varios recurrieron a las variables. Coeficiente de Gini, comparación de ingresos per cápita, salarios mínimos de servidores públicos. Queríamos explicarnos por qué pasó y, especialmente, por qué ahí. Se buscaba “la” variable diferente. Se hicieron muchos análisis. Pero, visto desde arriba, todos éramos iguales y nada explicaba lo sucedido. Y es que sólo con una mirada profunda uno nota las diferencias. Nos sobraba el excel y nos faltaba más calle.

Como en todo hecho social, no existe una variable que explique el fenómeno completo. El hecho social es multidimensional. Lo sucedido en Chile y días antes en Ecuador externaliza los sentimientos de sociedades que desfogan frustración contenida fruto de la desigualdad y la desconexión con su clase dirigente. Pero hay que entender cada realidad y su momento social y tiempo político.

Nos hemos preguntado por qué en Perú no pasó lo mismo. Creemos que es una mala pregunta.

Eso aquí ya pasó. ¿Bagua? ¿Tía María? O de repente pasa pronto -de nuevo-. A setiembre de 2019, la Defensoría del Pueblo da cuenta de 184 conflictos sociales: 132 activos y 52 latentes. De estos, los conflictos socioambientales ocuparon el 66.3% (122 casos). Entonces, si no sentimos que somos Chile o Ecuador es porque lo mismo no sucede en Lima, sino “lejos”. Es claro que el Perú no es uno, sino es varios. La realidad se ha fracturado y cada espacio vive sus reglas.

También se ha dicho que la forma en que hemos enfrentado la corrupción del caso Lavajato ha marcado una notable diferencia. Es cierto. Expresidentes presos o con prisión preventiva o en plena extradición o con formalización de denuncia. El fujimorismo en capilla con una investigación por organización criminal. El cierre de un congreso que se encargó de ralentizar la lucha contra la corrupción, la reforma de justicia y política. Entonces la gente ve sus pulsiones colectivas menguadas por la acción del ministerio público, pero se siente el murmuro de la calle cada vez que a alguien insinúa frenar la acción fiscal.

Sin embargo, creemos que la diferencia más relevante radica en que para muchos peruanos el Estado ya les está sobrando. Coexisten el Perú formal y el Perú informal, donde uno ignora al otro. El formal no importa al resto porque es una clara minoría más allá de sus impuestos. Total, esos impuestos no se sienten porque no se reflejan en buenos servicios de salud, educación o seguridad. O la formalidad importa poco porque se hace con “trampa” porque sus beneficios no son los mismos para todos. Total, todos somos iguales, aunque unos más iguales que otros.

Entonces la formalidad importa poco básicamente porque la mayoría de peruanos vive en un país paralelo. Muchos marginados por barreras burocráticas absurdas y la incapacidad para generar incentivos y políticas públicas para combatirla. Ahí no existen derechos laborales. Porque hay que vivir y dadas las pocas capacidades técnicas que ofrece la educación pública, “es lo que hay”. Y ese mundo es el peor de todos porque te condena a un container. Pero es más grave aun cuando el Estado ya no sólo sobra, sino que es por completo reemplazado. Esa es la informalidad que violenta la ley y genera millones en recursos como la minería ilegal, narcotráfico, contrabando o mafias insertadas en la construcción civil. Si antes lo rural derivaba en la urbe, ahora lo rural y marginal deriva en territorios o negocios casi liberados. Entonces poco importa la ciudad y su formalidad.

Viéndolo así es claro por qué, a pesar de que aquí hoy “no hay protestas”, no nos aborda un sentimiento de orgullo. Lo tenemos claro. En el fondo lo sabemos, pero no lo decimos. Aquí podemos estar igual o peor que en Ecuador o Chile. Sólo que la mayoría de peruanos ya no reclama porque simplemente saltó al Estado y ya no le es relevante. Y sólo vemos marchas violentas cuando se intenta alterar esa forma de vida. Y eso en la ciudad o a la formalidad no importa si ocurre más allá de sus paredes y privilegios.

Entonces ¿qué podemos hacer para invertirlo? Es una tarea de largo aliento. Pero lo más importante es que hay que recuperar al Estado y hacerlo sentir allí donde más se le necesita. No con balas. Con educación, salud y seguridad. Servicios y condiciones de calidad.  Necesitamos un gobierno inteligente allí donde más ausente está y donde es más estratégico. La zona sur y centro más pobre del país. Que, además, es donde justamente se dan los conflictos socioambientales.

El Estado debe pensar estratégicamente. Debe tener claro quiénes son sus grupos de interés prioritarios. Debe considerar a quiénes afecta las medidas que toma para socializarlas y hacer comunicación de gobierno, no marketing político. Tiene que pensar que una medida fiscal como la ecuatoriana necesita considerar a la comunidad indígena que ya había sacado presidentes. O que el equivalente de una subida de pasajes chileno debe considerar a los jóvenes universitarios que son la generación que ya protestaba por igualdad y educación gratuita. Pero especialmente, el gobierno debe pisar tierra. No puede desconectarse de la gente. Por eso estuvo bien que el gobierno lance un plan de emergencia para universidades públicas para cumplir las condiciones básicas de calidad. Allí el Estado es responsable directo de esas condiciones precarias. La clase política al mando debe ser inteligente, no frívola e irresponsable.

Tenemos nuestros propios problemas y son importantes. Minería y agua. Hidrocarburos y pueblos originarios. Educación y Salud. El gobierno debe actuar. No hay modelo más allá de la gente. La gente está siempre antes que cualquier modelo. Superemos el falso debate de derecha e izquierda. Porque el problema es estructural y hay que deshilar fino para construir. No hay que demoler. Hay que reforzar las bases sociales. Tengámoslo claro. El modelo social de mercado jamás trató del chorreo o el perro del hortelano.