El ángel nuevo

06/01/2020

Por: Morgan Quero

“La tradición de los oprimidos nos enseña que la regla es “el estado de excepción” en el que vivimos”.

Walter Benjamin

En latín suena más enigmático. Es el título de un cuadro del pintor suizo Paul Klee, de 1920. Un cuadro que combina el conocimiento de las alegorías cabalísticas del talmud y la creación artística de la vanguardia de los años ’20 del siglo pasado. Una década revuelta y esperanzadora. Los años locos le decían los franceses. Un tiempo de liberación después de la primera guerra mundial y la revolución rusa, pero antes de la crisis económica de 1929 y de la dramática década de 1930 que anunciaría la segunda guerra mundial y los totalitarismos.

Angelus Novus, en latín es el título de esta tinta china que deslumbró a Walter Benjamin hasta encontrarla y adquirirla en 1921 y de la que no se separaría sino hasta antes de su suicidio en 1940. En este dibujo, el gran intelectual alemán, veía una alegoría de sus propias meditaciones sobre la filosofía de la historia. Frente al espectador, un extraño personaje con la mirada ladeada y la boca entreabierta, manos arriba y pies saltarines, parece alejarse de nosotros. Sus rizos delatan la representación de los querubines clásicos y sus brazos parecen extenderse como alas, en la misma ambigüedad que una extraña cola de ave sale de su cintura y anuncia que sus tres dedos tienen forma de garras.

El querubín nos observa o, más bien, observa, según Bejamin, las ruinas de la hecatombe del pasado. No hay mucha esperanza para un ser angelical que parece entrar al futuro de espaldas y horrorizado por las cenizas que tocan sus pies. Su anunciación no es la de un mundo nuevo que ilumina el camino de un progreso continuo a medida que avanza. Si no la de la contemplación amarga ante la pregunta de si podremos liberarnos de las pesadas cargas del pasado.

En el Perú de este nuevo año 2020, a un siglo del Angelus Novus de Klee, un impulso de recambio político parece ya condenado a la repetición del pasado bajo la forma de unas elecciones congresales extraordinarias. El 26 de enero, los peruanos iremos a las urnas para elegir a un Congreso corto cuyos vislumbres sólo alcanzarán tres legislaturas. Sin ánimos festivos, las elecciones se anuncian desangeladas y soporíferas. En la calle, los ánimos de crítica a la figura política del congresista concentran la peor caricatura del corrupto. Mientras que los medios, especialmente la TV, atrapada en sus dilemas del rating, recurre a los mismos personajes de la farándula política que nos llevaron a este abismo constitucional. El gobierno, por su parte, parece paralizado. ¡Qué lejos está de los reflejos que logró desplegar, como chispazos de audacia, entre el 2018-2019 y que le valieron recuperar la iniciativa política que nuestro anterior Presidente dilapidó con el indulto a Fujimori!

La moneda aún está en el aire y el 26 de enero puede ser, como tantas otras veces en la política nacional, una caja de sorpresas. El elector está a tiempo de observar el pasado reciente y ver qué cambios requiere el país.

El virtuoso ciudadano, con aguda mirada, puede aún descubrir rostros nuevos que sepan interpretar en algo una incipiente renovación de la política nacional. Los cambios políticos no suelen llegar por la vía del Congreso en nuestra tradición republicana. Pero desde el Congreso sí se pueden establecer nuevas dinámicas de cooperación y construcción de consensos que ayuden, a la sociedad y el país, a lograr los acuerdos que nos permitan sentar las bases de los cambios urgentes. No hay peor incertidumbre que la que se deja al azar de la historia, a los caprichos de la diosa fortuna. Y si algo aprendimos de nuestro pasado es que cuando dejamos de participar, es más fácil quitarnos un pedazo de esperanza, un trocito de lo porvenir.