Disonancias al 2021

09/10/2020

Por Edgard Ortiz

65 %, 60 % y 57 % son los índices de aprobación de la gestión del presidente Martín Vizcarra en julio, agosto y setiembre de este año [1]. Sus críticos no le encuentran sentido. Los resultados económicos y las muertes por la pandemia hacen inexplicable esos indicadores. ¿Acaso los peruanos creemos los monólogos del presidente? ¿Son los medios de comunicación y su agenda? ¿No es él, somos nosotros? Parece que no hay respuestas, pero, ¿son tan sorprendentes los resultados? Creemos que no. Y nos aventuramos a una explicación: disonancia cognitiva.

En 1957, Leon Festinger publicó su “Teoría de la disonancia cognitiva”. Un hito en la psicología social. La teoría es tan simple como -parece- efectiva. Conforme a esta, una disonancia cognitiva consiste en un estado de tensión psicológica que ocurre cuando un individuo sostiene simultáneamente dos cogniciones (ideas, actitudes, creencias, opiniones) que son inconsistentes. Y dado que la experiencia de una disonancia cognitiva es desagradable, las personas están motivadas a reducirlas. [2]

¿Y cómo se reduce la disonancia? Pues básicamente con tres alternativas: Primero, cambiando la conducta. Segundo, modificando una de las cogniciones disonantes. Tercero, añadiendo nuevas cogniciones. Veámoslo con el típico ejemplo, fumar [3].

Fumar resulta placentero para quienes lo practican, sin embargo, hoy es poco probable ignorar lo serios daños a la salud que la conducta origina. Entonces, cuando se nos confronta con estos efectos, tendemos a la disonancia cognitiva. Por tanto, ¿qué hace o puede hacer un fumador para dejar de sentir esa frustración psicológica?

Lo dicho. Primero, puede dejar de fumar haciendo que su conducta sea coherente para reducir la disonancia. Es decir, corrige la conducta mediante una acción. Sin embargo, como los fumadores saben, esto no es tan fácil. Entonces, ¿qué sigue? Pues un fumador puede cambiar una de las cogniciones disonantes. En este caso, que el fumar hace “mucho daño” (se convence de no es tan dañino). Es decir, se auto justifica la conducta dañina. Por último, si un fumador no puede ignorar la evidencia contundente de lo dañino que es fumar (cáncer), pues entonces añade nuevas cogniciones que le permitan sentirse mejor. Específicamente, se añaden justificaciones (engaños) como que “fumar relaja y eso es bueno para la salud”, o que “fumar es una muestra de independencia” o que incluso “no tiene sentido dejar de fumar porque nadie quiere llegar a los 90”. Y funciona. Así de frágil es nuestra naturaleza.

Entonces, ¿por qué decimos que el presidente Vizcarra tiene altos índices de popularidad como resultado de disonancias cognitivas? Pues porque creemos que al tener que evaluar al presidente, se obliga al ciudadano a elegir entre él y sus críticos, entre él y su contraparte (la del presente y la del pasado). Nos explicamos. ¿Merece acaso la gestión del presidente una evaluación entre 65% y 55% de aprobación? Creemos que no. Si tuviéramos que evaluar a nuestros gerentes en el sector privado o los gestores del sector público con resultados equivalentes, definitivamente la nota sería desaprobatoria. Prueba de ello es la desaprobación de los ministros o la poca valoración del sector privado. ¿Pero, entonces, qué sucede?

Pues el ciudadano sufre una disonancia. Porque por un lado siente que el resultado de la gestión es malo, pero no lo va a reconocer porque eso sería aceptar el discurso de aquel que desaprueba incluso más: la oposición. Entonces, como el ciudadano no opta por evaluar mal al presidente (Opción 1 para eliminar la disonancia: hacer coherente la acción), prefiere cambiar una de las cogniciones. Esto es, prefiere evaluar bien al presidente. Porque con eso no le da la razón al fujimorismo, aprismo, al Congreso, a los empresarios, a todo lo que el ciudadano desaprueba. Porque ellos que son los malos tienen que estar mal y el presidente al que el ciudadano apoya (por oposición), tiene que estar bien. Así de simple. Y con eso se siente bien. Ya no hay contradicción. Se elimina la disonancia.

El presidente y sus asesores saben esto. Por eso, incluso para no arriesgarse, agregan cogniciones (justificaciones) para los malos resultados. Porque la culpa de los contagios no es del gobierno si no de los “ciudadanos irresponsables” (¿qué data seria existe para esto y por qué no se ha evaluado  objetivamente el efecto del cobro masivo e ineficiente de bonos, el descuido de mercados, transporte público, la ineficiencia en el uso de pruebas rápidas, etc.?), porque “el problema es el Congreso nuevo que es igual o peor que el anterior” (aquí el Congreso no ayuda), porque el presidente ha enfrentado “fuerzas e intereses siniestros, actitudes golpistas o de empresarios mercantilistas” (en cada justificación del presidente en el caso Ricardo Cisneros se cita la aprobación de la ley de concentraciones, de etiquetado, de medicamentos genéricos. ¿Qué tiene esto que ver con el caso? Nada). Son escusas, pero funcionan. Y por eso se repiten.

Entonces, el ciudadano sufre un corto circuito. Sabe que la gestión es mala, porque la vive diariamente. Las decenas de miles de muertes y la pérdida de cientos de miles de empleos no se cubren con monólogos recurrentes. Sin embargo, prefiere ignorarlo si eso significa darle la razón y legitimar a su “contrario”, a aquellos de quienes reniega más.  Y en eso el presidente ha sido eficiente (¿Maxi Aguiar?). Porque ha sabido ubicar en el imaginario popular por oposición a su enemigo. Porque si su enemigo (aprismo, fujimorismo, congreso, empresarios), son malos, entonces por oposición él es bueno, honesto, eficiente. Es política básica. La construcción del enemigo como parte de la construcción del espectáculo político. [4]

Ahora, ¿es este concepto nuevo en política? Para nada. Se ha usado y se seguirá usando. Lo hemos vivido en cada elección posterior al golpe de estado de 1992. Así, en la elección de 2000 la disonancia “García” generó la elección de Toledo. En 2006, la disonancia “Humala” generó la elección García. En 2011 y 2016 la disonancia “Fujimori” generó la elección de las antítesis Humala y Kuczynski. Este último resultando en el mejor ejemplo de la tesis cuando quedó de manifiesto que el sur prefirió votar por un liberal, blanco, limeño, como PPK frente a la opción de Fuerza Popular. Era inconcebible (disonante), votar por un Fujimori y prefirieron votar al “mal menor” (agregando consonancias). En el sur, donde las relaciones son más colectivas, esto se hace más evidente.

Y si fue así antes, ¿qué puede pasar en el 2021? Pues dependerá de las circunstancias que lleven a los principales candidatos a la segunda vuelta. Hoy queda claro que la crisis económica y de salud pública serán el escenario de una elección con un repertorio limitado. Es claro que la gente exigirá más Estado. Es claro que se apuntará a los enemigos comunes (partidos tradicionales, clase política tradicional). Es claro que no habrá campaña regular. Se tratará de presencia en medios y redes. Será una campaña relámpago de pura percepción.

Siendo así, habrá que evaluar qué candidatos generan mayores disonancias. Los partidos tienen esa tarea. Deben conocer cómo el electorado evalúa a sus candidatos. Todos los “positivos” y los “negativos”.  Deberán hacer la suma simple y ser conscientes de que cada negativo es una invitación a la disonancia por el contrario. De esto el fujimorismo sabe mucho (Disonancia 2011: “esterilizaciones forzadas”; Disonancia 2016: “No has cambiado pelona, eres la misma”).

En ese sentido, las candidaturas más expuestas son las más vulnerables. Un ejemplo es Urresti por su relación con Luna y Podemos Perú, sus antecedentes judiciales, su conducta económica irresponsable en el Congreso (ONP, AFP), su actitud “cuasi fujimorista” (populismo, homofobia, uso de fuerza). Los demás candidatos explotarán esas vulnerabilidades. Es el candidato ideal con el cual pasar a segunda vuelta. Porque es el que seguramente generará más disonancia.

¿Y los demás? Al menos aún se puede pelear por el centro (no podemos darnos el lujo de ser exigentes). Todos lo saben. Por eso Forsyth, Cateriano, el Partido Morado y Acción Popular deberán despertar. La campaña atípica no permite pensar en conceptos y estrategias tradicionales. Es una campaña del siglo XXI, una campaña hija de la pandemia y de la cuasi “des estructuralización” de la política peruana.

Los candidatos y los partidos están advertidos. Al final, cada uno es dueño de su propia disonancia.

[1] Informe de Opinión. Encuesta Nacional Urbana Ipsos Perú. 12 de setiembre. Informe de opinión.  Encuesta Nacional Urbana. Ipsos Perú. Agosto 2020. Informe de opinión. Encuesta Nacional Urbana. Ipsos Perú. Julio 2020.

[2] The Social Animal. Elliot Aronson. Twelve Edition. Worth Publishers. Pg. 60.

[3] Ejemplo se extrae de Social Psychology. Pearson. Aronson, Wilson, Sommers. Tenth Edition. Pg. 151.

[4] La construcción del espectáculo político. Manantial. Murray Edelman.1988.