Desborde popular y la desintegración silenciosa

26/08/2023

Por: Edgard Ortíz

Los proletarios empobrecidos no son los que dirigen revoluciones exitosas. Los revolucionarios verdaderamente peligrosos son los aspirantes de élite frustrados, que tienen los privilegios, el entrenamiento y las conexiones que les permiten ejercer influencia a gran escala… los que no tienen nada que perder excepto su precariedad.

Peter Turchin[1]

Este año se publicó el libro End Times. Elites, counter-elites, and the path of political disintegration de Peter Turchin.[2] No es un libro concebido de manera tradicional en el campo de las ciencias sociales. De hecho, Turchin es un biólogo que se refiere a sí mismo como un científico de la complejidad. Su práctica hace más de dos décadas consiste en utilizar métodos analíticos sobre cuestiones relacionadas con los cambios en las sociedades humanas. Lo que él y sus colegas denominan, cliodinámica.

Si bien el suyo es un libro con la advertencia expresa de haber sido escrito para los Estados Unidos de América, sus conceptos no están restringidos a ese espacio y son relevantes para el resto del mundo.

La tesis del libro busca explicar las dinámicas que subyacen la caída de los Estados. Conforme a su estudio, toda sociedad humana compleja organizada como estado experimenta olas recurrentes de inestabilidad política. La más común, una alternancia de fases de integración y desintegración. Al aplicar su método de estudio a este fenómeno, Turchin establece:

Nuestro análisis apunta a cuatro palancas estructurales de inestabilidad: empobrecimiento popular que conduce a un potencial de movilización masiva; sobreproducción de élite que resulta en conflicto intraélite; mala salud fiscal y debilitamiento de la legitimidad del estado; y, factores geopolíticos. El desencadenante más importante es la competencia y el conflicto intraélite, que es un predictor fiable de la crisis que se avecina. Otros factores suelen estar presentes, pero no son universales (Turchin, 2023, p. 30)

Utilizando estos conceptos, el autor diagnostica que Estados Unidos atraviesa un tiempo político en el cual se dan las condiciones para el conflicto y la potencial desintegración. De hecho, este vaticinio no es nuevo. Ya en 2010, luego de analizar ciclos históricos de inestabilidad, Turchin hizo una predicción que fue publicada en la revista Nature: “Estados Unidos sufrirá un período de gran agitación social a partir de 2020”. Luego, el 2020 llegó[3]. (Times, 2020)

Turchin fundamenta su pronóstico para Norteamérica en dos de las variables antes mencionadas: la sobreproducción de la élite y el empobrecimiento de su clase trabajadora[4]. En su opinión, Estados Unidos ha transitado al dominio de una plutocracia que ha revertido los fundamentos sociales de su sistema de gobierno y ha generado que la élite “bombee” la riqueza de la clase trabajadora al 1% más privilegiado.

Esta situación viene siendo confrontada desde dos frentes: una nueva élite fruto de un sistema educativo que genera profesionales competentes fuera de los círculos de poder, pero impedida de acceder e incidir en las decisiones de gobierno; y, la clase trabajadora que percibe que su sistema democrático no funciona y que, al contrario, ha transitado de un New Deal o contrato social no escrito entre trabajadores, empresa y gobierno (Estado) a un régimen paralelo que produce un empobrecimiento generalizado que, en términos comparativos, los hace vivir una vida peor que la de sus padres y abuelos.

Para Turchin, el empobrecimiento popular junto con la sobreproducción de la élite es una combinación explosiva. Las masas empobrecidas convierten el descontento en ira, lo que deviene en la materia prima -energía-, mientras que los cuadros de contra-élite proporcionan una organización para canalizar esa energía contra la clase dominante .

El diagnóstico es más interesante aún. Dado que, según la tesis, una revolución no puede tener éxito sin una organización de gran escala, resulta que en la actualidad, cuando las fuerzas populistas sufren frenos, éstas procurarán tomar rutas alternas de menor resistencia. Es por eso por lo que el populismo de extrema derecha en Estados Unidos pelea por tomar el partido Republicano y así acceder al poder. Turchin señala que ello tiene la ventaja de que controlando un partido principal ya establecido, dicho grupo accede a una ruta no violenta y expeditiva que de otra forma no les aseguraría el poder.

Los argumentos del libro nos parecen esenciales. No porque consideremos que en nuestro país atravesemos una realidad equivalente que produzca un diagnóstico idéntico. Si no, porque sus fundamentos son útiles para explicar lo que sucede aquí.

Nuestra tesis es que el desborde popular en el Perú ya produjo; (i) una desintegración institucional (formal) silenciosa; y, (ii) una contraélite o nueva élite que ha forjado una nueva red que compite con la red gobernante y que hoy toca la puerta de la institucionalidad remanente en Lima. En ese sentido, queda pendiente determinar si -conforme a lo que predice Turchin-, esta desintegración y nueva élite producirán una transición en el poder, y si esta será fluida o no.

A continuación desarrollamos los puntos (i) y (ii) para procurar una respuesta a la pregunta final que ambos plantean.

Desintegración institucional silenciosa

Matos Mar explica hace décadas el desborde popular y la crisis del Estado[5]. Su tesis ha avanzado desde su obra magna Desborde popular y crisis del Estado. El nuevo rostro del Perú en la década de 1980, hasta la no menos relevante Perú. Estado desbordado y sociedad nacional emergente, donde reconoce que:

Lo que no imaginábamos en aquel momento era el alcance que tendría este desborde, así como las transformaciones que ocurrirían desde entonces debido a la creciente, continua, acelerada y dinámica migración de provincianos, de todos los estratos sociales, culturales y económicos discriminados y no plenamente partícipes en la vida nacional, a la gran ciudad capital limeña, a las ciudades grandes y medianas de la costa peruana -la región más evolucionada y poblada del Perú- y a las otras ciudades de la provincia nacional, reclamando participación y ciudadanía, presencia y modernización (Matos, 2016, p.29).

Para Matos hoy conviven en el país el Perú Oficial y el Otro Perú. En el primero, el poder centralista y económico de la capital se afianza, potencia y robustece debido al crecimiento económico sostenido, aunque tremendamente afectados por serios problemas de corrupción, narcotráfico, mal gobierno y débil conexión con la auténtica realidad del Perú (Matos, 2016, p. 548).

El segundo es la concreción de una nueva sociedad mediante una revolución cultural institucional, aunque precaria al igual que la del Perú Oficial ya que carece de los líderes y partidos necesarios para conducir un Buen Gobierno, capaz de ejecutar los cambios estructurales que demanda la contracultura en marcha del Otro Perú (Matos, 2016, p.550).

Surgimiento de una contra-élite o nueva élite aspirante

Coincidimos con Turchin cuando señala que las sociedades humanas complejas necesitan élites para funcionar bien. Él entiende por élite a aquellos que tienen mayor poder social, esto es, aquellos con la capacidad de influir en otras personas, lo que incluye gobernantes, administradores-gestores y líderes intelectuales.

En su diagnóstico de Estados Unidos concluye que la élite o clase dominante es la clase económica (plutocracia). Justifica esta afirmación contrastando la realidad del país con algunos elementos establecidos en la literatura[6]. Primero, argumenta que en una plutocracia la teoría predice que los cambios en la política pública reflejarán las preferencias de las élites económicas. Segundo, la teoría reconoce también que dicha élite estará en capacidad de formar la agenda pública. Tercero, la teoría encuentra que la élite tendrá la habilidad para moldear las preferencias del público. Para Turchin (y las fuentes que utiliza), todas las variables se confirman allí.

En nuestro país, diversa literatura reconoce que la élite gobernante desde su independencia la constituyen estratos bien identificados: el poder militar, el poder religioso y/o el poder económico. Sin embargo, su hegemonía se pone hoy en cuestionamiento.

Así, Matos señala que el poder militar y religioso que integraban el grupo dominante del poder nacional desde 1821 casi ha desaparecido y hoy el poder político discurre sumido a una crisis de partidos, ideologías y organizaciones que la hacen intrascendente por no abarcar el nuevo espacio nacional y estar lejos de la realidad nacional (Matos, 2016, p.549).

Por nuestra parte, consideramos que la incidencia que el poder económico ejercía en las décadas de crecimiento y que Matos reconoce, también se encuentran en declive. No se explica sino, cómo este poder incumple con todas las consideraciones teóricas que Turchin expone.

Así, el poder económico tradicional del país ya no tiene incidencia efectiva en la política pública, especialmente en la que se establece desde el Congreso de la República y en grado más acotado en el Poder Ejecutivo. Esto se hace evidente cuando se analiza la legislación emitida en materia económica y laboral, la cual ha hecho retroceder sectores económicos como la agroindustria o favorece a grupos específicos en materia de educación básica, educación universitaria, transporte público interprovincial, minería artesanal, fondos de pensiones, FONAVI, entre otros.[7]

En el mismo sentido, la élite económica tampoco ejerce dominio en la formación de la agenda pública, y mucho menos tiene la habilidad para moldear las preferencias del público, sino todo lo contrario. Es evidente que el humor nacional dista mucho del discurso económico de la gran empresa, en tanto los medios de comunicación tradicional han sido ampliamente superados por lo que hoy se denomina prensa alternativa y que no es más que una ingente cantidad de redes sociales por las que se comunica el Otro Perú, con todo lo que ello implica.

Pero, entonces, ¿cuál es esa otra contraélite que ha surgido y que la (¿aún?) élite gobernante no ha identificado? Creemos que esa nueva élite la compone aquel sector de migrantes que Matos caracteriza. No es aquella que pertenece (solo) al mundo informal, como equivocadamente podría concluirse, sino básicamente aquella conformada por las generaciones, que en palabras de Matos, han creado un estilo económico contestatario que los convierte en ciudadanos actores de la modernidad. Muchos de ellos, fruto del propio esfuerzo, a pesar de la educación precaria al que el propio sistema los sancionó. Lo peligroso, sin embargo, es que esta sí contiene un grupo menor, pero más integrado en función a intereses económicos particulares: la informalidad y la ilegalidad. Que, como apreciamos en su influencia regulatoria, aunque minoritario, es más organizado, cuenta con más recursos y por tanto, tiene acceso mayor acceso al poder. Quien sabe si esta, al estilo GOP, pueda también luchar por acceder al poder vía un partido tradicional.

El desenlace que debemos evitar

Si aceptamos que en el país ya se produjo una desintegración institucional silenciosa, así como el surgimiento de una contraélite contestataria, queda por determinar si esto es suficiente para que se cumpla la profecía de Turchin y, por tanto, se produzca en Perú una desintegración política, así como la consecuente transición accidentada de poder.

En su libro Turchin alega que la causa más frecuente del colapso del Estado (cuando no es el resultado de una invasión externa) es una implosión de la red gobernante. Y, como ya hemos dicho, esta se produce básicamente cuando existe una sobreproducción de élite, así como un empobrecimiento de la población.

Nosotros creemos que ambas variables parecen haberse producido en el Perú. Y creemos también que la amenaza se hace mayor si consideramos que en nuestro país sí son relevantes y además se cumplen las otras variables que el análisis de Turchin recoge: mala salud fiscal y debilitamiento de la legitimidad del estado; y, factores geopolíticos.

Lamentablemente, nuestra realidad económica no puede ser peor con un gobierno limitado en su gestión, así como por consideraciones exógenas por el contexto climático y de conflicto internacional. A la fecha, la inflación sigue golpeando a los peruanos más vulnerables y la economía no supera el nivel pre Covid-19 de 2020. Es más, a fin de año es muy probable que la pobreza alcance nuevamente el 30% y el crecimiento bordee menos del 1%. Eso significa que millones de peruanos regresarán a la pobreza y no podrán acceder al mercado laboral lo que les impedirá asegurar las condiciones básicas necesarias para una vida digna.

En el mismo sentido, a la presión económica (más sequías) se suma las dinámica propia del sur peruano en su relación con el gobierno central, a lo que debe agregarse consideraciones geopolíticas específicas. Recordemos que fiscalmente el gobierno boliviano es inviable y muy pronto colapsará. Así como los fondos privados de las AFP no fueron suficientes, el oro en el Banco Central tampoco durará. Ello implicará presión para impulsar economías informales e ilegales para su sustento (contrabando, minería ilegal, narcotráfico desde el Perú), así como potencial inmigración con la incidencia que esta tiene en la mano de obra local. Todo lo cual, en conjunción, se potencia y genera un caldo de cultivo perfecto para el conflicto y caos social, que seguramente alguien tratará de aprovechar.

Pero, aunque el panorama parece desolador, Turchin resalta que existen excepciones en la historia y describe algunas pautas concretas con las cuáles algunos países lograron mantener el equilibrio y la paz social. Estas rutas nos exigen, sin embargo, trabajar arduamente contra las trampas que la historia nos previene.

Primero, debemos superar la denominada “bomba de riqueza”. Y esto en Perú no es “tan sencillo” como en Estados Unidos, donde la formalidad e institucionalidad requiere “únicamente” cumplir con el contrato social tácito entre trabajadores, empresarios y Estado. Sino que aquí exige -primero- la integración del Perú Oficial con el Otro Perú, para luego, recién poder cumplir a cabalidad nuestro contrato social. De lo contrario, la riqueza se hace difusa y no se distribuye especialmente ahí donde ahora es más importante: el 80% al margen de la institucionalidad formal del Estado desbordado.

Segundo, la élite hoy debe mitigar lo que la literatura denomina “Ley de hierro de la oligarquía”, concepto que describe que cuando un grupo de interés adquiere mucho poder, inevitablemente comienza a usar ese poder de manera interesada. Para Turchin, en Estados Unidos esta élite sería el 1% que bombea la riqueza desde la clase trabajadora. Nosotros creemos que en nuestra país esta élite -aunque en equilibrio precario- lo componen aún las fuerzas económicas formales, la alta burocracia, las instituciones que representan el poder de coerción del Estado y los remanente de la Iglesia Católica. Estas fuerzas han recuperado en parte el poder que ostentaba y han logrado recomponerse. Sin embargo, su ruta para mantener el statu quo resulta insostenible.

El panorama futuro no aparece sencillo. Sin embargo, es el reto que hoy deben enfrentar las élites peruanas. La del Perú Oficial y la del Otro Perú. Y ese es un reto que debemos afrontar nosotros con ellos. Porque es esencial que activemos los mecanismos para que ambas actúen en consonancia para lograr la concreción pacífica de los intereses de todos los peruanos.

 


 

[1] Turchin, P (2023). End Times. Elites, counter-elites, and the path of political disintegration. (p. 107). Penguin Press.

[2] Peter Turchin es un científico de la complejidad que trabaja en el campo de las ciencias sociales históricas que él y sus colegas llaman: Cliodinámica Ver: https://peterturchin.com/

[3] Protestas que inician por la muerte de George Floyd y se producen desde mayo hasta agosto de 2020. De hecho Estados Unidos mantiene la crisis social disruptiva hasta el asalto al Capitolio luego de que Donald Trump perdiera las elecciones.

[4]  El poder geopolítico e institucionalidad de Estados Unidos no hacen relevantes estos factores.

[5] Matos, J (2016). Perú. Estado desbordado y sociedad nacional emergente.

[6] Como advierte el mismo Turchin, para el argumento sigue las ideas de G. William Domhoff en Who rules America.

[7] Se puede argumentar en contrario respecto a la ratificación de exoneraciones tributarias, pero incluso ahí existe un retroceso.