De la Generación del Bicentenario a la Generación COVID-19 (¿o puede ser al revés?)

28/07/2020

P0r Erick Verano

Era el año 2011 y en un Congreso Nacional de la Juventud [1] escuche por primera vez esta mención, que con el correr de los años se haría cada vez más recurrente: la Generación del Bicentenario. Cuando aún no estaban de moda palabras como “millenial” o “centennial” escuchar hablar de una Generación del Bicentenario, era algo novedoso como esfuerzo de concentrar en un grupo etario a millones de peruanos nacidos entre los últimos años del siglo XX y los primeros del siglo XXI, es decir todos los jóvenes que para el año 2021 estuvieran en un rango entre los 15 a 29 años de edad.

Conceptos como ventana de oportunidades, proyecto de vida, inversión en educación y otros eran constantemente señalados para referirse al bono demográfico que el Perú empezó a tener desde los primeros años del nuevo milenio, situación inédita para nuestro país en la que la cantidad de población activa en edad de trabajar (14 a 59 años) es mayor al volumen de la población dependiente (niños y tercera edad). Una situación favorable para el desarrollo económico y social del Perú y que hacía ver con mucho optimismo el futuro de nuestra nación de cara al bicentenario del 2021.

Sin embargo, esta inmejorable oportunidad también conllevaba la responsabilidad como Estado de aprovechar el bono demográfico con una adecuada y necesaria inversión en educación, salud, promoción del empleo y seguridad para nuestras juventudes, algo que en los últimos años, y pese a tener también el boom de los altos precios de las materias primas entre los años 2005 y 2012, lamentablemente NO se hizo, salvo honrosas excepciones [2].

Algunas instituciones como el CEPLAN señalan que el bono demográfico se terminaría para el 2030, es decir en menos de 10 años y urgían a que los gobiernos de turno no desaprovechen esta ventana de oportunidades para la consolidación del desarrollo productivo de nuestro país. Pero este cálculo fue realizado antes de la irrupción a nivel mundial de un fenómeno demoledor como la pandemia desatada por un mortal virus. Ante esta nueva realidad cabe hacerse algunas preguntas: ¿El coronavirus ha adelantado la fecha en la que se terminarían los beneficios del bono demográfico? ¿Cómo país, hemos perdido esta ventana de oportunidades? ¿Hemos pasado de tener la generación del bicentenario a la generación del COVID-19?

En atención a esta última pregunta, hay que señalar, que según la Organización Internacional del Trabajo (OIT) está surgiendo una generación del confinamiento [3], una generación perdida, o como la hemos llamado en estas líneas: una generación COVID-19 la cual estaría caracterizada por una mayor precariedad laboral, incremento de las desigualdades, variaciones en los modelos educativos y un serio impacto en la salud mental. Añadiendo a este sombrío panorama la existencia de un aumento en los últimos años de los jóvenes NiNi (Ni estudian Ni trabajan) que según la Encuesta Nacional de Hogares del 2019 ya llega al 18% de los jóvenes peruanos.

Una tímida respuesta por parte del Estado Peruano (antes del COVID-19) a la problemática de las juventudes fue elaborar y publicar en el 2019 la Política Nacional de la Juventud [4], el único hito destacable en la actual gestión de gobierno en materia juvenil y que tiene como objetivos: desarrollar competencias educativas, incrementar los accesos al trabajo decente y a la atención integral de salud, reducir la victimización y discriminación e incrementar la participación ciudadana. Lo que constituye un adecuado marco de acción para las estrategias sectoriales en materia de juventud pero que adolece de un problema ya muy conocido, la escasa participación de los propios jóvenes en el diseño y la implementación de las políticas que les puedan favorecer.

En palabras de Amartya Sen, los jóvenes deben ser concebidos como “agentes activos de cambio y no como receptores pasivos de prestaciones [5]” como actores que participan activamente, si se les da la oportunidad, en la configuración de su propio destino. En ese sentido, el Estado debe promover la participación de los jóvenes en las diferentes medidas que se den para promover nuestro desarrollo social y económico, así como para disminuir los efectos de la pandemia del coronavirus. Pero esta participación debe ser justa, meritocrática y no debe ser el resultado de amiguismos y privilegios como se ha visto en los últimos días, con la designación de ciertos ministros, en los que incluso se ha querido utilizar el argumento validante de la participación de los jóvenes, lo que desvirtúa un justo reclamo y lucha de los jóvenes para obtener mayor visibilización.

Además, el Gobierno, en todos sus niveles, debe retomar el impulso de la inversión en educación y el diseño de experiencias exitosas como Beca 18, los Colegios de Alto Rendimiento (COAR) entre muchas otras que fueron pasos en la dirección correcta pero que fueron disminuidos o dejados de lado por la actual administración PPK/Vizcarra. Sin embargo, la respuesta del Estado será insuficiente sin el compromiso y la actitud que los jóvenes tomen para cuestionarse sobre el país que quieren ser.

Escuchaba a mucha gente de mi generación y de generaciones más antiguas quejarse de los jóvenes de ahora, ya que “supuestamente” tenían las cosas más fáciles al no tener que lidiar con los problemas que todo el país sufrió entre las décadas del 80 y 90: hiperinflación, terrorismo, crisis económica, violaciones de los DDHH de un gobierno dictatorial y un largo etcétera. No obstante, la actual crisis originada por el COVID-19 con la que se calcula que ya se perdieron más de 2.3 millones de empleos, solo en Lima Metropolitana y que, según estimaciones del Banco Mundial, originara una caída del 12% del PBI para este año 2020, sin duda alguna estaría acallando esas críticas contra los jóvenes supuestamente más afortunados que sus generaciones precedentes.

Es un reto durísimo al que se enfrentan nuestros jóvenes en este 28 de julio, ad portas al 2021 y la celebración de los 200 años de la independencia, en medio de una crisis con tintes de catástrofe originada por la pandemia del coronavirus. Es deber del Estado encaminar sus esfuerzos pensando, primordialmente, en estas nuevas generaciones que verán en esta adversidad su capacidad para recuperarse, salir adelante y ser la Generación del Bicentenario que el Perú estaba buscando.

[1] Eventos que fueron organizados, entre los años 2011 y 2016 por la Secretaria Nacional de la Juventud (SENAJU) ente rector en materia de juventudes, perteneciente al Ministerio de Educación

[2] Como excepción a la regla, se debe señalar la considerable inversión en educación y salud que se hizo en la gestión del Pdte. Ollanta Humala, que llego a casi el 4% del PBI invertido en educación y 3.3% en salud.

[3] Observatorio de la OIT: El COVID-19 y el mundo del trabajo https://www.ilo.org/wcmsp5/groups/public/—dgreports/—dcomm/documents/briefingnote/wcms_745965.pdf

[4] Decreto Supremo 013-2019-MINEDU

https://juventud.gob.pe/wp-content/uploads/2019/10/POL%C3%8DTICA-NACIONAL-DE-LA-JUVENTUD.pdf

[5] A. Sen, Desarrollo y Libertad (2001)