Crónica de un exvendedor de sangre

11/02/2020

Por Juan Manuel Robles *

El premio Nobel Muhammad Yunus, en su libro “Banker to the poor”, cuenta una historia que ilustra bastante bien la importancia de las fuentes de financiamiento para las personas, especialmente aquellas de bajos recursos.

Según nos relata Yunus, en Jobra, Bangladesh, viven muchas personas en pobreza que, para trabajar, siguen un esquema que sólo les permite vivir el día a día: Estas personas (i) toman un préstamo a tasas de interés exorbitantes; (ii) con dichos recursos fabrican un producto; (iii) venden ese producto al prestamista para pagar el préstamo; y (iv) finalmente, obtenían 2 centavos de utilidad, que sólo les alcanzaba para subsistir.

Todo esto, lo cuenta Yunus, transcurría en 1976, antes del desarrollo de las microfinanzas. Y fue a partir de esta experiencia que Yunus establecería una de las principales organizaciones dedicadas a las microfinanzas, a fin de ofrecer mayores fuentes de financiamiento a sectores vulnerables (especialmente a mujeres).

Ahora, en 2020, pocas son las voces que cuestionan el papel que juega esta herramienta de financiamiento en el fomento del desarrollo de muchas personas en estado vulnerable. Después de todo, no sólo generan una fuente de financiamiento para emprendedores de bajos ingresos (usualmente excluidos del sistema financiero tradicional), sino que incentivan su formalización (incluyéndolos en este mismo sistema financiero).

Es más, ello ha sido reconocido en la propia Política Nacional de Inclusión Financiera (Decreto Supremo N° 255-2019-EF), al indicar que la limitada e inadecuada oferta de servicios financieros: (i) restringe el desarrollo y la estabilidad financiera; (ii) restringe la competitividad y productividad; y (iii) no contribuye a la reducción de la pobreza.

En este sentido, desarrollar canales de financiamiento (como es el caso de las microfinanzas) es un claro objetivo para mejorar nuestro país.

Curiosamente, además, dicho desarrollo no sólo mejora nuestros objetivos finales (disminuir la pobreza, ser más competitivos y productivos y generar un mejor y mayor desarrollo), también causa que cada vez más estos canales sean más accesibles para nuestra población.

En efecto, tal como ha sido señalado por Zenón Quispe, David León y Alex Contreras en la Revista Moneda N° 151 del Banco Central de Reserva del Perú (Julio, 2012): “el sostenido crecimiento de los créditos microfinancieros ha sido acompañado también por una continua reducción en las tasas de interés respectivas”. Así, el crecimiento de dicho sector implica a su vez, financiamientos menos costosos, con lo cual se genera un “círculo virtuoso”.

Siguiendo este orden de ideas, y atendiendo a que el Perú: (i) aún se encuentra en una escala sumamente baja en el sector de “dinamismo en los negocios”, de acuerdo con el Informe Global de Competitividad de 2019 del World Economic Forum; y, (ii) debe consolidar los objetivos trazados en su Plan de Inclusión Financiera; resulta necesario que el Estado brinde un marco adecuado que facilite aún más la referida inclusión.

Dicho marco involucra no sólo una regulación adecuada del mismo, sino que se brinde una adecuada educación en esta materia, desde finanzas personales hasta gestionar presupuestos, entre otros. Ello con el objeto de asegurar que los financiamientos que se otorguen efectivamente puedan generar un primer paso (en muchas ocasiones, fundamental) para el desarrollo de un proyecto económico sostenible.

De hecho, dicha educación financiera no sólo se aplicaría al sistema microfinanciero; sino incluso, al financiamiento a startups.

Al respecto, es preciso tener en consideración que el financiamiento a startups (crowdfunding) representa, al igual que las microfinanzas, otra alternativa para acceder a financiamientos en canales no tradicionales.

Así, si bien el Decreto de Urgencia N° 013 – 2020 ha brindado un primer marco regulatorio para el crowdfunding (financiamiento participativo), una herramienta que permite el acceso a financiamiento para startups, resulta necesario que este esfuerzo venga acompañado de la educación financiera que venimos comentando.

En efecto, bajo dicho Decreto se ha establecido que el crowdfunding es una actividad en la que un ofertante de fondos requiere, en una plataforma administrada por un tercero, un financiamiento a una pluralidad de personas.

Sin embargo, y como debe ser, las sociedades administradoras de dichas plataformas, no responderán por la viabilidad de los proyectos (estos tampoco se encuentran sujetos a la regulación de la SMV).

En este orden de ideas, resultaría beneficioso para el crecimiento de esta fuente de financiamiento que tanto ofertantes de financiamiento, como sus demandantes, tengan una educación financiera que les permita evaluar adecuadamente las características de cada proyecto a ser financiado, así como instrumentos para mejorarlos (en el caso de quienes requieran financiamiento).

Es más, de acuerdo con Ethan Mollick en su artículo publicado en Harvard Business Review: ““The Unique Value of Crowdfunding Is Not Money — It’s Community”, podemos observar que el crowdfunding, a su vez, sirve a los emprendedores para validar su demanda y construir una comunidad de apoyo a su empresa; aspectos que sólo pueden ser bien canalizados con una buena educación.

Esto, a su vez, no sólo generaría el crecimiento de la industria, sino que reduciría las probabilidades que dicha herramienta pueda usarse como fraude, lavado de activos o como mecanismo para vulnerar la seguridad de la información de las personas. Todos estos, también, problemas que pueden presentarse en las microfinanzas. Porque la educación es la primera línea de defensa en estas prácticas y sin ella, nos encontramos sumamente expuestos.

El escritor chino Yu Hua escribió una novela titulada “Crónica de un vendedor de sangre” que ilustraba las penurias que tenía que pasar un campesino chino, quien tenía que recurrir a vender su sangre cada cierto tiempo para atender ciertas urgencias financieras. Esto último es justamente aquello que nuestro sistema financiero debe desincentivar.

Deben ofrecerse diversos canales de financiamiento para que, aunados a una adecuada educación financiera, las personas puedan construir empresa, un mejor futuro y una mejor sociedad.

Porque estos años, finalmente, deben ser una oportunidad para dejar de vender sangre y, en su lugar, vender una oportunidad.

Y esto es algo que debemos atender antes del bicentenario.

* MBA – Maastricht School of Management. Abogado por la Pontificia Universidad Católica del Perú.