¿Qué podría deparar una contraofensiva ucraniana? | Parte 1

18/05/2023

Por Farid Kahhat

Las estimaciones sobre lo que podría deparar la esperada contraofensiva ucraniana se basa en el supuesto de que, identificados los actores relevantes en el conflicto, estos decidirían sus acciones con base en cálculos racionales. Un cálculo racional implica que, dado el fin que un actor se propone alcanzar, este empleará los medios a su disposición para intentar conseguir ese fin al menor costo posible. Desde esa perspectiva, las guerras son producto de problemas de información. Esto implica que las partes sólo estarían dispuestas a iniciar una guerra cuando tienen expectativas divergentes sobre cuál será su resultado. Por el contrario, si las partes tuviesen expectativas convergentes sobre el resultado que produciría un enfrentamiento bélico, tendrían incentivos para llegar a ese alcanzar una solución a través de una negociación, ahorrándose así el costo de pelear la guerra.

Si las partes tienen expectativas divergentes sobre el resultado probable de una guerra, resulta lógico que ambas expectativas no pueden ser verdaderas en forma simultánea: o las expectativas de una de las partes están completamente equivocadas, o el verdadero resultado de la guerra estaría en algún punto intermedio entre esas expectativas contrapuestas. Las partes tienen incentivos para mentir con el fin de obtener un mejor resultado en una eventual negociación, pero no ocurre lo mismo cuando se trata de creer la información que brinda su rival sobre las razones por las que cree que podría obtener sus fines en caso de guerra. Pelear la guerra suele ser el único medio certero de obtener esa información: al observar el curso de la guerra, las expectativas de las partes sobre su resultado finalmente podrían converger. Y cuando eso ocurra, ambas partes tendrán incentivos para ahorrarse el costo de seguir peleando, y alcanzar ese resultado por medio de una negociación: No en vano dos de cada tres guerras entre Estados llegan a su fin a través de una negociación.

En ese sentido, Ucrania y la OTAN buscarían persuadir al gobierno ruso de que cualquier intento de recuperar territorio perdido tras una ofensiva ucraniana requeriría nuevos reclutamientos políticamente riesgosos sin que ello baste para conseguir tal fin. Sabemos, por ejemplo, que la aprobación de la gestión de Putin se redujo tras el primer reclutamiento de 300,000 efectivos para pelear lo que, oficialmente, ni siquiera se consideraba una guerra. Bajo la lógica descrita, si el gobierno ruso aceptase que ese sería el resultado de continuar la guerra, tendría incentivos para ponerle fin y alcanzar ese mismo resultado a través de una negociación.

Existen, sin embargo, dos problemas con ese argumento. El primero es que tal vez no hayamos identificado de manera correcta a los actores relevantes de la guerra en Ucrania. Tal vez ponerle fin a la guerra sea lo más conveniente para Rusia como Estado, pero el presidente de Rusia, Vladimir Putin, podría tener sus propios fines y estos podrían no coincidir con los fines que convendrían al Estado ruso en su conjunto. Después de todo, fue el presidente Putin quien decidió iniciar la guerra y si esta llegase a su fin con un resultado adverso para Rusia, correría el riesgo de pagar un costo político (por ejemplo, su remoción del cargo) o personal (por ejemplo, perder la libertad o incluso la vida). De hecho, existen precedentes en la historia rusa: los revolucionarios que fracasaron en la Rusia de 1905, consiguieron triunfar en 1917 ante la inminente derrota de la Rusia imperial en la Primera Guerra Mundial.

Por ende, lo mejor para Rusia como Estado (poner fin al costo de continuar una guerra en la que ya no tiene la expectativa de conseguir sus fines), podría no ser lo mejor para el propio Putin (actor fundamental cuando se toman decisiones en representación del Estado ruso). Aunque no sea necesariamente el mejor resultado para el Estado ruso, mantener los fines territoriales trazados cuando Rusia anexó formalmente cuatro provincias de Ucrania (dos que ocupaba parcialmente desde 2014 y dos que ocupó tras la invasión de 2022), podría ser el mejor resultado para Putin. Por ende, Rusia podría responder ante una exitosa contraofensiva ucraniana asumiendo (e infligiendo a Ucrania) costos exorbitantes (si se les compara con los fines que buscarían alcanzar).

Por un lado, recurriendo a nuevas movilizaciones de reclutas (como hizo tras la ofensiva ucraniana de 2022), o prolongando una guerra de desgaste en espera de que el respaldo a Ucrania en la OTAN llegue finalmente a un punto de quiebre, en vista del proceso de deterioro según las encuestas. Por ejemplo, los precandidatos con mayor probabilidad de éxito en las primarias republicanas, Donald Trump y Ron De Santis, declararon públicamente que oponerse a Rusia en Ucrania no es un interés nacional estratégico de los Estados Unidos. Por otro lado, Putin podría escalar sus ataques contra objetivos civiles dentro de Ucrania, con el fin de minar la voluntad de resistir la invasión por parte de sus soldados y sus ciudadanos.

El segundo problema con el argumento de que un cálculo racional podría inducir al gobierno ruso a aceptar una solución negociada es la evidencia de que ese gobierno ha cometido ostensibles errores de cálculo en el transcurso de la guerra en Ucrania. Por ejemplo, el fracaso al intentar capturar la capital Kiev o, posteriormente, la pequeña ciudad de Bajmut. Ahora bien, cometer errores de cálculo no implica una conducta irracional si estos derivan de una estimación razonable, con base en la información disponible, de la probabilidad de ocurrencia de distintos resultados. De un lado, la estimación de probabilidades siempre tiene un margen de error y, de otro, siempre es posible que el resultado obtenido no sea el que la evidencia sugería como el más probable.