El privilegio obliga: ¿Es justo el sistema de educación en el Perú (y en los Estados Unidos)?

08/05/2023

Por Alejandro Neyra

El informe del Banco Mundial 2023 sobre el estado de la pobreza y la equidad en el Perú —Resurgir fortalecidos— resulta de obligatoria lectura a todos quienes estamos interesados por el futuro del Perú. En él se apunta, entre otras cosas, a la necesidad de mejorar el sistema educativo, sobre todo para sobreponernos a los nocivos efectos de la pandemia. Parte del problema está en el acceso a una educación de calidad, y al eterno “problema de las élites”, aisladas y desconectadas en burbujas de prosperidad solo accesibles a quienes llegan desde un puesto de privilegio, cada vez más alejados del compromiso real por un sistema más equitativo para la sociedad.

Ese sistema de privilegios se va formando desde los primeros años. Cada peruano está casi condenado —para bien o para mal— desde la cuna y, conforme pasan los años, dependiendo de qué escuela provenimos, a encontrar un futuro más o menos prometedor. Por eso, el título del libro publicado por el IEP en 2022 ¿De qué colegio eres?, no es solo provocador. Es una verdadera cuestión sobre desde donde partimos y hasta donde podemos llegar en la carrera de la vida. El sistema de educación privada hace que los elegidos para ocupar los mejores puestos en la lotería de Babilonia que es el Perú, sean siempre alumnos provenientes de los mejores colegios privados de Lima (ojo, de Lima, ni siquiera del Perú). Como me comentó un colega exministro y buen amigo, en una foto de su promoción escolar —exalumno de un colegio de hombres top de Lima— se encuentran algunos CEOs, destacados abogados, empresarios y alguno que otro funcionario público de alto nivel —los menos, pues la carrera pública no es rentable y desde hace algunos años ni siquiera un motivo de orgullo o prestigio familiar, lamentablemente—.

Aquello no es casual, las redes de privilegio se consolidan y fortalecen con el paso de los años y aunque creemos que también es cierto que el acceso a una educación de calidad se ha democratizado con el crecimiento de nuestras clases medias, aún estamos lejos de promover una sociedad en que la educación promueva la igualdad de oportunidades.

El “de qué colegio eres” marca en buena medida el sendero más o menos luminoso de una vida en el Perú. Esto no es una excepción peruana. En El precio de la admisión, Daniel Golden cuenta cómo los ricos y famosos de los Estados Unidos han encontrado una forma de ingresar a las mejores universidades norteamericanas —la famosa Ivy League— gracias a un juego de donaciones, aportes y facilidades que abren puertas a que chicos que probablemente no tendrían los méritos intelectuales suficientes para ello. La tiranía del mérito de William Sandel, recorre el mismo camino para comentar cómo la “meritocracia” se ve afectada de alguna manera por la irrupción de una “dictadura de los mejores” que en realidad son mejores porque cuentan con los medios —económicos, básicamente— para imponerse en un medio ultracompetitivo.

¿Pero cómo, no era Estados Unidos la tierra de las oportunidades? ¿El paraíso del self made man? ¿El país en que si te lo propones, puedes lograrlo? ¿El lugar en que un niño emprendedor puede convertirse en millonario? Pues no siempre.

Es cierto que el sistema educativo norteamericano premia a los mejores, que van siendo elegidos desde la escuela primaria para seguir programas de excelencia cuando los méritos existen. Pero es cierto también que —y lo he vivido de primera mano—, al llegar a los Estados Unidos, con un sistema de educación descentralizado, un niño que vive en un barrio residencial en que habitan familias de mayores ingresos, tiene muchas más posibilidades que uno que se encuentra en una zona deprimida de la ciudad, incluso dentro de un mismo condado (nivel sub-estatal).

A mayores ingresos, mayores impuestos; a más impuestos, más inversión pública y mejores colegios. Se trata de otra lotería de Babilonia, pero con más premios en total., si se quiere, aunque en el que, como en el Perú, tendrán más posibilidades quienes tengan más huachitos para jugar. El yes you can tiene, así, sus propios límites. Seguiremos comentando.