Autopsia de los partidos (I): El socialcristianismo y el ocaso del PPC
3/9/2022
Con estos apuntes iniciaremos una seria de artículos dedicados a analizar brevemente la situación de los partidos políticos peruanos ideológicos, surgidos la mayoría de ellos en el siglo XX. El título lo tomamos prestado del libro “Autopsia de los partidos políticos”, de Carlos Miró Quesada Laos (1961). Empezaremos con el socialcristianismo y su versión partidaria más exitosa en el Perú: el Partido Popular Cristiano.
El socialcristianismo —ideología política de alcance mundial, inspirada en la Doctrina Social de la Iglesia que empezó en 1891 con la Rerum Novarum del Papa León XIII, la primera encíclica social de la Iglesia Católica— llegó al Perú en la década de 1930, de la mano de Víctor Andrés Belaúnde; aunque hubo que esperar hasta 1956 para que se funde una primera organización política inspirada en sus postulados: el Partido Demócrata Cristiano (PDC).
En 1966 el partido se dividió, cuando un importante sector del PDC —que conformaba su ala derecha, liderada por Luis Bedoya Reyes— abandonó el partido para fundar uno nuevo: el Partido Popular Cristiano (PPC).
El ala izquierda del socialcristianismo se quedó en el PDC; que al poco tiempo terminó apoyando al gobierno militar de Velasco Alvarado y posteriormente se perdió en la irrelevancia. El PPC tuvo mucha mejor fortuna; fue creciendo progresivamente y a fines de la década de 1970 se convirtió en una de las fuerzas políticas más importantes del país; destacando especialmente en el espacio municipal gracias a las gestiones ediles de Bedoya, y constituyéndose en una escuela de formación de cuadros políticos.
La participación del PPC en la Asamblea Constituyente de 1978 fue fundamental; siendo uno de sus legados importantes la incorporación en la Constitución de 1979 del concepto de economía social de mercado. Durante la década de 1980, el PPC formó parte del incipiente sistema de partidos, ocupando el lado derecho del espectro político. Fue parte del gobierno acciopopulista de Fernando Belaúnde Terry (1980-1985), y en toda esa década fue una importante fuerza parlamentaria, ya sea como aliado del acciopopulismo o ya sea como oposición al gobierno aprista de Alan García (1985-1990).
Al igual que todos los partidos de entonces, el PPC fue afectado por la crisis del sistema de partidos, que permitió el triunfo del outsider Alberto Fujimori. Tras la caída del régimen fujimorista y la transición a la democracia, el PPC volvió a tener un importante protagonismo en la escena política nacional, bajo el claro liderazgo de Lourdes Flores Nano, que se convirtió en su principal activo político.
No obstante, Flores Nano nunca llegó a tener un triunfo electoral como cabeza del PPC. En las elecciones presidenciales de 2001 y 2006, a pesar de haber tenido grandes posibilidades de triunfo, quedó fuera de la segunda vuelta por gruesos errores de campaña. Igual falta de virtud política demostró en las elecciones municipales de 2010, en que perdió la competencia por la Municipalidad de Lima frente a la entonces novata política Susana Villarán.
A pesar de la relativa institucionalidad que siempre tuvo el PPC, su suerte quedó atada a la de su lideresa. Tras aquella derrota en la lid municipal, el prestigio político de Lourdes Flores fue cuesta abajo, no solo por su mal desempeño electoral, sino porque su nombre terminó asociado a los de César Cataño y Odebrecht, nombres que suenan a corrupción y actividades ilegales. Así, quien en su momento fue el principal activo del PPC se terminó convirtiendo en su principal pasivo. Y, al parecer, el ocaso del liderazgo de Flores Nano también ha sido el ocaso de su partido.
En las últimas Elecciones Generales, el PPC, bajo el liderazgo de Alberto Beingolea, ni siquiera llegó a pasar la valla electoral y perdió su registro partidario. Algo que se debe reconocer, sin embargo, es que Beingolea —con una hidalguía y sentido republicano poco común en nuestro medio— asumió su responsabilidad por la derrota y renunció inmediatamente a su cargo de presidente del PPC, sin buscar excusas o justificaciones, con estas palabras: “Mi padre me enseñó que las personas de bien, al ejercer un cargo, asumen las consecuencias si los objetivos no son alcanzados”.