Articulación y sostenibilidad para la intervención público-privada

16/12/2019

Por Edgard Ortiz

Hace aproximadamente un año asistí a un foro público-privado cuyo objetivo era intercambiar iniciativas para la lucha contra la anemia. La ponente principal era una ministra de Estado. Era una buena oportunidad para escuchar y proponer. Estaban representadas empresas de todos los sectores relevantes.

Creo no exagerar si afirmo que el 90% de las intervenciones de los presentes consistió en promover productos -casualmente los que cada uno producía- y pedir las referencias de los funcionarios encargados de adquirirlos en el Estado. La ministra fue muy educada y decidió escuchar, parecía poco sorprendida. Justo antes de terminar la reunión, remató su participación con un pequeño llamado a los presentes:

“Si de verdad queremos colaborar en este problema tan complejo, pregúntense qué pueden hacer ustedes para fortificar los productos que ya producen y venden, especialmente los que consumen los niños. Para tener éxito, la anemia debe enfrentarse desde los alimentos más básicos que consumimos a diario. Arroz, pan, fideos. Ustedes seguro producen más. ¡Fortifíquenlos todos!”.

Era un pedido simple y contundente. Pero hubo silencio. Lamentablemente, un año después poco cambió.

Hoy escuchamos hablar del capitalismo consciente. Concepto sumamente interesante en el contexto de la crisis social y política del modelo. Pero si hacemos memoria, años atrás ya hablábamos de Porter y la creación de valor compartido. No nos equivocamos si buscamos en su génesis alguna crisis empresarial. Si hacemos un poquito más de esfuerzo, recordaremos también que las empresas hablaban -incluso antes- de la responsabilidad social corporativa (de la que Friedman denostaba). Son muchos nombres para un concepto muy parecido que, en el fondo, debería ser simple y concreto: El sentido común empresarial.

Ya hemos escrito en este espacio que la función de la empresa es generar valor en la sociedad. Lo logra a todo nivel. Produciendo bienes y servicios que se consumen. Generando empleo digno. Promoviendo la cadena de valor de proveedores y consumidores. Pagando tributos que se traducen en servicios públicos. Eso es claro y legítimo. Pero, ¿por qué es tan difícil la relación de la empresa con el Estado y la sociedad?

Parece ser que a las empresas su fin les resulta incompatible con su vida misma en sociedad. Y eso es un error. Porque implica pensamiento simple, poco sistémico y de corto plazo. Empezamos este artículo con un ejemplo de esa conducta. Veamos con por qué esto es un problema en la relación con el Estado y la política pública.

La anemia es una condición que determina el futuro de nuestros niños por limitar su capacidad cognitiva. Es multicausal, estructural y se origina por varios factores que incluyen los nutricionales, biológicos y enfermedades infecciosas. Esta se agrava por las condiciones sociales, económicas y culturales, por eso su correlación positiva con pobreza y condiciones de vida precaria como la falta de agua potable y deficiencia en acceso sanitario.

Entonces, para combatir la anemia es esencial la intervención del Estado y la sociedad a todo nivel. Y, como diría un economista, hay que atacar el Pareto atendiendo las principales condiciones que la producen. ¿Puede hacerse esto con un producto específico? ¿Puede lograrlo una sola empresa privada? ¿Lo podemos hacer todas con estrategias diferenciadas?

Nos arriesgamos a responder a todas las preguntas anteriores con un No contundente. Ni siquiera el Estado puede hacerlo solo. El 42% de niños -hasta 3 años- con anemia es prueba de eso. ¿Entonces, qué hacemos? ¿Seguimos intentando lo mismo? Nuevamente No. Porque no estamos cumpliendo dos condiciones esenciales: multidimensionalidad y sostenibilidad.

No hay bala de plata para la anemia. No hay un solo producto que solucione mágicamente el problema. Es el desarrollo económico y social que requiere -en tránsito- un cambio de conducta o hábito alimenticio. Necesitamos que los peruanos comamos más proteína de origen animal porque es la que más se absorbe. Necesitamos consumir más hígado, sangrecita, bofe, bazo, riñón, carnes rojas. Necesitamos agua potable, prevención de enfermedades. A la mayoría parece no gustarle descartar una bala de plata. Y claro, mientras se logran los niveles adquisitivos necesarios, podemos pensar en un Estado que complemente la alimentación con productos específicos, pero de manera transitoria. Pensar en un solo producto que elimine la anemia es una falacia. Hay que aceptarlo por más impopular que suene. La intervención debe ser mucho más integral, más sostenible.

De otro lado, es indispensable la articulación de Estado, sociedad civil y empresa, cada uno con un rol claro y alineado. Para eso el Estado debe definir primero la estrategia como política pública clara. Determinar las causas principales por región y población objetivo. Probablemente se requiera la intervención conjunta de agentes comunitarios, cambios alimenticios customizados, suplementos, etc. Eso lo decide el Estado y sólo el Estado.

Luego el sector privado debe articularse y coadyuvar al cumplimiento de la política pública en aquello que le es consustancial. Primero actuar de manera uniforme para generar estándares nutricionales mejorados (fortificación con hierro y “vitaminizar”) los productos que cada uno fabrica. Tan simple como repensar lo básico. Y luego proceder a alinear también sus intervenciones tácticas, haciéndolas coincidir con las iniciativas públicas. Actuando como catalizadores que potencien el alcance y que a la vez desarrollen capacidades para luego ser incorporadas al Estado. Porque la acción individual no es suficiente y se diluye.

Articulación y sostenibilidad. Esos son objetivos específicos del sector privado en el corto plazo. Hay que dejar de ver la responsabilidad social como marketing de marca. Ese es otro rubro y es legítimo, pero no es el móvil para una relación con el Estado. Es tiempo de entenderlo y cambiarlo si el objetivo verdadero es comprometerse con el cambio social.