Un aeropuerto para Cusco: ¿”Como sea”?
22/02/2020
Por Flavio Ausejo
El Perú es un país que tiene un pasado y un presente que es atractivo para los propios peruanos y para los extranjeros, desde vestigios arqueológicos de miles de años hasta expresiones artísticas y culturales contemporáneas. El epicentro de estas manifestaciones está en Cusco, pues es el punto de entrada para acceder al espacio más emblemático: MachuPicchu, declarado por UNESCO como Patrimonio Mundial de la Humanidad. En términos nacionales e internacionales una aspiración personal y familiar es visitar Cusco y todo lo que ofrece, desde turismo arqueológico hasta mágico-religioso, y resulta ser el único “destino turístico” que tiene el país, en términos técnicos, pues tiene muchos sitios que visitar, servicios integrados y es accesible en términos económicos para una amplio espectro de visitantes. Un visitante extranjero cuando está tomando la decisión de viajar pone en su mesa, junto con Cusco, otros destinos como Venecia. Ese es el mercado internacional que enfrenta el Perú frente al turismo extranjero, en particular europeo o asiático.
Todo lo anterior es para enfatizar la necesidad de Cusco de tener una excelente conexión aérea con el país y el mundo. El actual aeropuerto en Cusco no se da abasto y está ubicado en medio de la ciudad, y la demanda por un nuevo aeropuerto ya tiene más de cuatro décadas. La pregunta entonces es dónde ubicar el nuevo aeropuerto. Desde la perspectiva de un usuario, un aeropuerto es una infraestructura que tiene un efecto muy grande en términos de paisaje, en lo referido al propio aeropuerto y sus alrededores, pues involucra también contar con las conexiones terrestres (autopistas) pertinentes que conecten el aeropuerto con la ciudad. Las experiencias en Quito y Bogotá evidencian como es necesario tener un proyecto integral y de amplio espectro cuando se trata de construir un aeropuerto de gran magnitud, sin mencionar las consideraciones referidas a la seguridad de los vuelos.
La pregunta central es dónde construir el aeropuerto. La respuesta ha sido desde hace décadas construirlo en el distrito de Chinchero, en la provincia de Urubamba, ubicado a 3.754 msnm, a 28 km de Cusco, y justo antes de llegar al Valle Sagrado de los Incas, declarado el 2006 como Patrimonio Cultural de la Nación. Y aquí es donde empiezan los cuestionamientos. Siguiendo con la perspectiva desde el visitante, basta con darse una vuelta por la zona de Chinchero para tomar conciencia del efecto de una construcción de esta naturaleza sobre la dimensión ambiental, como es la alteración del paisaje, que es uno de los atractivos; el aire, por la contaminación producida por el tráfico terrestre y aéreo; el ruido, producido por los aviones y tránsito; la dimensión socio-cultural, por los resto arqueológicos en la zona, por los efectos en las comunidades en el territorio; la dimensión política, por el efecto sobre recursos y ansias de control sobre los mismos de candidatos a posiciones en el gobierno local y regional, en un contexto de precaria institucionalidad en los partidos políticos en la zona; y la dimensión económica, pues modifican de forma estructural los flujos económicos en todo el territorio, solo por mencionar algunos de los efectos. Asimismo están consideraciones como los aspectos de seguridad aérea y el tipo de actividad comercial aérea que puede darse en el aeropuerto dado las condiciones geográficas pues la altura es determinante para el tipo y peso del avión que puede operar, entra otras muchas variables.
El tratamiento al tema ha estado siempre envuelto en controversias, y se ha agudizado aún más en el actual gobierno (Kuczynski-Vizcarra), con procesos de investigación en marcha a partir de decisiones muy controversiales durante la administración de Kuczynski. Ahora, la decisión de la administración Vizcarra es hacer uso de los mecanismos de acuerdos de colaboración de gobierno a gobierno para continuar con la obra, luego de hacer una primer acción de remoción de la tierra en donde estará ubicado el aeropuerto como señal del gobierno hacia la población de Cusco de que el tema va en serio, y para ello el gobierno de Corea del Sur ha sido seleccionado para dar la asistencia técnica para el diseño, construcción y puesta en operación del llamado Aeropuerto Internacional de Chinchero en Cusco (AICC). Otro elemento nuevo es que el nuevo ministro de transportes y comunicaciones, Carlos Lozada, durante el lanzamiento de la construcción del aeropuerto, ha señalado que estará también preparado para atender exportaciones de productos, además de atender el turismo, lo que involucra entonces que debe añadirse la infraestructura de almacenamiento y distribución respectiva, con la pretensión de convertirlo en el segundo aeropuerto más importante del país. Y finalmente, los resultados de un Estudio de Impacto Patrimonial (EIP) solicitado por UNESCO que identifica 60 efectos sobre Machu Picchu y el Quapaq Ñan (Camino Inca), de los cuales 39 son negativos, directos y permanentes.
El proceso que está desarrollándose evidencia la precariedad institucionalidad (“reglas de juego”) del actual gobierno y del propio Estado para atender la demanda pública. La voluntad política es un ingrediente esencial para cualquier iniciativa del Estado, de eso no hay duda, pero siendo necesaria no es suficiente. También es necesario contar con una institucionalidad que permita que las iniciativas sean sostenibles en el tiempo y legitimadas por la sociedad. Lo anterior es indispensable cuando se trata de proyectos de infraestructura de gran envergadura y con efectos estructurales multidimensionales como es un aeropuerto. El Estado peruano cuenta en realidad con varios medios para lograr lo anterior, como la posibilidad de desarrollar un estudio (en un contrato gobierno a gobierno, por ejemplo) con una mirada integral y sistémica sobre la necesidad de conectividad aérea de Cusco, que determine dónde debe estar el aeropuerto y todos los elementos de infraestructura asociados (autopistas), y cuál debe ser la vocación de dicho aeropuerto, especializada (turismo) o mixta, y sobre esa base iniciar el proceso de desarrollo del proyecto usando los medios previstos en las normas de gobierno abierto, por mencionar algunas, que permitan legitimar la iniciativa.
Pero, si el impulso (driver) de la iniciativa es buscar pasar a la historia como el gobierno que inicio la obra del AICC, las consecuencias son previsibles, y la probabilidad de un daño estructural y catastrófico sobre el único destino turístico del país será alta. El Perú ya tiene experiencia de los efectos de las cosas mal planificadas, siendo un antecedente relevante la explotación del gas de Camisea, que fue impulsada sin una mirada estratégica (“Como sea”). Ya está la experiencia del Aeropuerto de Pisco, que en junio del 2019 recibido a 8 pasajeros –su peor mes-, y demando una inversión para su modernización de más de S/. 152 millones. Un verdadero “elefante blanco”. No queremos que el AICC sea un “elefante blanco” en vidriería.