¿Crisis o sinceramiento de la representación política en el Perú?

05/02/2020

Por Gerson Julcarima *

Los recientes resultados electorales han sido calificados por diversos analistas como síntomas de una profunda crisis de nuestro sistema de representación política. Así, entre la sorpresa y el mea culpa —por no haber identificado con antelación las tendencias del voto— algunos de ellos han interpretado los porcentajes alcanzados por el FREPAP, Unión Por el Perú (UPP) o Podemos Perú (PP) como parte de un voto de protesta que profundiza la erosión de nuestra institucionalidad democrática. Sin embargo, cabe preguntarse ¿Por qué no asumir que detrás de las preferencias expresadas existiría un voto “racional”? Dicho de otra manera ¿por qué negar que el “sorpresivo” respaldo de dichas agrupaciones encarna una legítima demanda de representación política? Las respuestas a estas preguntas son sin duda discutibles pero lo que parece bastante certero es que el apoyo que han recibido algunas agrupaciones políticas en las urnas no puede ser interpretada meramente como visceral.

No estoy poniendo en tela de juicio el hecho de que nuestro sistema de representación presente ciertas fallas. Así, por ejemplo, el aproximadamente 20% de ciudadanos que desde hace más de una década no ejerce su derecho al voto podría ser un indicador de ello. Sin embargo, tal reconocimiento no impide asumir que probablemente el FREPAP, UPP o PP fueron considerados por un significativo porcentaje de nuestra población como legítimos vehículos de expresión política. De esa manera, la nueva composición del Congreso no reflejaría una profunda crisis del sistema y menos aún una “representación política distorsionada”, producto de nuestro sistema electoral —como algunos analistas han sugerido—. Todo lo contrario, estaríamos más bien frente a un Congreso cuya composición refleja bastante bien las diversas demandas de los sectores más significativos de nuestro país. En todo caso, si existe alguna distorsión sería aquella imagen del Perú que algunos sectores minoritarios se han autoconstruido o alucinado. Basta recordar que hace algunos años algunos líderes de opinión y funcionaros públicos creían que el Perú estaba ad portas de ser un país-OCDE. Quizá esto último explique la “sorpresa” que causaron los resultados electorales entre los periodistas, comentadores y analistas de un sector de los medios de comunicación, los cuales seguramente asumen que las expectativas de vida que promueven algunos de los reality shows son compartidos por la mayoría de la población peruana.

Pero, volviendo a los resultados electorales, cabe la pregunta ¿qué factores habrían originado este sinceramiento de la representación política? Considero que existirían por lo menos dos factores que explicarían lo ocurrido. El primero de ellos sería la realización de elecciones legislativas sin candidatos presidenciales, mientras que la segunda —producto del referéndum del año pasado— sería la prohibición de publicidad en radio y televisión. Sin duda la conjunción de ambos factores ha revelado lo positivo que sería para nuestro sistema de representación tener elecciones generales no concurrentes y campañas electorales desarrolladas casi al margen de los medios masivos de comunicación. En efecto, esta vez debido a la inviabilidad de articular las estrategias de campaña en torno a un “candidato”, las propuestas partidarias ganaron una mayor preponderancia en el debate público. Asimismo, al haberse dosificado la publicidad en los medios masivos, las actividades proselitistas no se basaron en costosísimos “planes de medios” sino en la estructura organizativa de los partidos políticos. En ese contexto, el éxito electoral no pasaba por tener una buena estrategia mediática, sino más bien por poseer una dinámica y extensa red de militantes organizados.

Pensando en el futuro mediato, se podría afirmar que el saldo final sería la existencia de congresistas mejor conectados con los diversos sectores ciudadanos y, por ello, bastante interesados —por una lógica de sobrevivencia política— en concretar sus propuestas de campaña. De ser así, entonces los temas que tendrían una mayor probabilidad de ser debatidos serían, entre otros: la instauración de la pena de muerte para violadores, la participación de las Fuerzas Armadas en las labores de seguridad ciudadana, el fomento de la actividad agrícola familiar, la anulación de la inmunidad parlamentaria, la mejora de los derechos de los trabajadores y, probablemente, la reforma de algunos artículos del capitulo económico de la Constitución. Quizá esta agenda no responda a los intereses de algunos sectores sociales, pero sin duda reflejan las prioridades de los sectores más significativos del país. Por ello, si las agrupaciones con representación parlamentaria tienen éxito en viabilizar algunas sus propuestas de campaña electoral, no me cabe la menor duda que la renovación de nuestra clase política habría comenzado. Solo espero que un par de actitudes se mantengan como rasgos distintivos de una futura clase política: darle poca importancia a la cobertura mediática de sus actividades y tener la voluntad de canalizar las demandas de todos los sectores del país y no solo de los pobladores de la “Lima Moderna”, como diría una reconocida encuestadora.

 

* Investigador del Instituto de Estudios Políticos Andinos (IEPA). University of Lethbridge (Alberta, Canada). https://gjulcarimaa.github.io/