Batallas por lo público

30/10/19

Por Sergio Tejada

¿Qué tienen en común las movilizaciones contra una elección amañada de miembros del Tribunal Constitucional (TC) y el respaldo mayoritario a la intervención del Estado en la educación superior universitaria? Como sostendré, ambas son batallas por lo público, que muestran el desgaste del sentido común neoliberal.

En el primer caso, se trató de evitar que el máximo intérprete de la Constitución sea capturado por intereses particulares. El TC, entre sus funciones, puede revisar la constitucionalidad de leyes y sentencias, y tener la última palabra en la protección de derechos humanos fundamentales, por tanto tiene que ser imparcial y responder al interés público. En el segundo caso, el Estado interviene —superando el dogma neoliberal de dejar todo al “libre mercado”—, para regular un servicio público que ha venido siendo utilizado para el lucro privado, poniendo en segundo plano o simplemente desechando la calidad que merecen los estudiantes.

Cuando expresamos nuestra preocupación por la administran justicia, por la corrupción en el Estado, por el deterioro y/o alto costo de los servicios públicos, hacemos referencia a bienes públicos. ¿No es la lucha contra la corrupción otra forma de batalla por lo público? En esta lucha no hay solo un cuestionamiento moral, sino también una preocupación por la forma en que funciona el Estado y el destino que se da a los recursos de todos los peruanos. El problema es que no solemos identificar la relación entre estas luchas, ya que en unos casos lo público está más asociado a los derechos civiles y políticos, mientras en otros a los derechos sociales y económicos, y los primeros suelen ser más visibles: nadie aceptaría que, por falta de recursos, solo tenga derecho al voto la mitad de la población, pero se acepta pasivamente que por el mismo motivo no todos tengan acceso a la salud. Actualmente, además, se vienen construyendo nociones de lo público que van incluso más allá de lo nacional, como la defensa del medio ambiente.

Hay incontables ejemplos de batallas por lo público en América Latina. En el Perú una de las más tempranas fue contra la privatización de las empresas eléctricas EGASA y EGESUR, en 2002. En Chile, tenemos la movilización estudiantil (la “revolución pingüina”) contra la privatización y los altos costos del sistema educativo, en 2006. Las actuales movilizaciones en el vecino país del sur, que han congregado más de un millón de personas solo en Santiago, son una suerte de cenit en el desencanto frente a la captura del Estado y la precarización de la vida. Los ciudadanos y ciudadanas chilenas, habiendo su país alcanzado un nivel de riqueza y de fortaleza institucional considerable, reclaman redistribución, servicios públicos de calidad y accesibles, que no haya más una pequeña élite oligárquica que se enriquece mientras las clases medias viven endeudadas. No quieren más la Constitución de la dictadura ni las estafas en el sistema educativo, el sistema de pensiones, el transporte público, etc.

Lo público es el espacio de interacción interclase, pero además es donde compartimos la experiencia del Otro. Es en lo público en donde construimos un sentido común de nación. Los ciudadanos no podemos ser dejados a nuestra suerte en un sistema de competencia salvaje, cuyos resultados dependen principalmente de relaciones de poder profundamente desiguales. Quizás esta acumulación de insatisfacciones termine generando nuevos pactos sociales, con nuevas relaciones entre Estado, mercado y sociedad, y nuevas formas de vivir la experiencia de lo público.